Un fistro de mujer
Gregorio Esteban Sánchez Fernández, alias Chiquito de la Calzada, ha fallecido este fin de semana en su Málaga natal a los ochenta y cinco años de edad después de varias semanas enfermo. He leído algún artículo que le reconoce incluso como renovador del lenguaje. Si consideramos que es el pueblo fundamentalmente quien lo moldea y adapta al habla después, no cabe duda de que Chiquito ha sido uno de los grandes creadores de palabras del último siglo. Ni Lázaro Carreter ni María Moliner habrían previsto que un cantaor flamenco le diera la vuelta como un calcetín al idioma a finales del siglo XX. Y lo hizo, asombrosamente lo hizo.
Porque hasta algo tan delicado y denostado como el Procés podría explicarse en términos extraídos de su vocabulario. De esta forma, deberíamos concluir que Carmen Forcadell es un fistro de mujer que se hizo caquita en su declaración ante el Supremo; Oriol Junqueras, un pecador de la pradera; y Puigdemont, un cobarde de los de hasta luego, Lucas. Los indepes vienen de Bonanza y la declaración de independencia no aguanta ni media caidita de Roma. De DUI a duodenal.
No salgo de mi asombro cómo fue posible tal revolución lingüística que llega a nuestros días. Porque lo más grandioso, es que el párrafo anterior lo entiende todo el mundo y podría escucharse en cualquier conversación de café de las muchas que sobre el tema abundan estos meses. Mi niño aprendió a contar antes en chiquitistaní que en español o inglés... E guan, e peich, e brandenauer... Y la familia, mirándolo embobado. Quizá sea pronto para decirlo, pero Chiquito está a la altura de grandes como Tip, Groucho o Charlot.
La vida pasada por el humor es la única salvación posible. Por eso, siempre admiré tanto a quienes todo lo filtran a través de esas gafas que deforman igual que los espejos del Callejón del Gato que hablara Valle. Quevedo es fundamentalmente un humorista y el Quijote, un chiste largo genial. Lo bueno del humor es que hay tantas corrientes como humoristas y es el ingenio el que brilla, chisporrotea y abrasa la luz del pensamiento. Siempre desconfié de quienes se toman demasiado en serio y eludí rozarme con los tristes. Los cenizos contagian la melancolía y la abulia... Con ellos, ni cinco minutos para tomar café. Tiznan, desengrasan, hacen parar la maquinaria... Sin embargo, nunca consideré más placentero ni dichoso que encontrar en el camino a quienes de cualquier día hacen una alegría y cada mañana la tornan en fiesta. Es lo más difícil de la vida, sin duda. Si usted tiene cerca alguna persona así, cuídela como oro en paño, igual que a la niña de sus ojos. Es un regalo inmarcesible al que a veces sólo se le echa cuentas cuando desaparece. Descanse en paz, Chiquito de la Calzada.