En el año 2019 los dirigentes del actual Ayuntamiento de Toledo recogieron la idea de celebrar el octavo centenario de Alfonso X. Este rey había nacido en Toledo en los palacios del desaparecido Alficén y bien merecía, por parte de Toledo, retomar su figura. Algunas gentes de la ciudad llevan años reivindicando la identificación de Toledo con la cultura sin conseguirlo. Así que este bien podría ser otro intento que sumar. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad de la Corporación, todo conspiraba en su contra. La celebración del IV Centenario del Greco había puesto el listón tan alto que resultaba difícil superarlo. Las cosas ahora eran distintas, eso sin contar con la terrible epidemia de Covid del año 2020. Al mismo tiempo, lo previsible tras una pandemia que había paralizado la economía, era la escasez de recursos para estos objetivos, digámoslo, menos esenciales. A pesar de la escasez de recursos y otros contratiempos, la exposición recientemente inaugurada en el edificio de Santa Cruz sobre la figura y la época de Alfonso X merece la pena ser reseñada como un logro de la voluntad de equipo, del comportamiento altruista de los organizadores y un éxito de la fe de la alcaldesa, Milagros Tolón.
Se encargó el trabajo previo a Martin Molina López, quien empezó a diseñar las primeras fases de lo que debía ser el centenario: un conjunto de actividades en las que se equilibrara la parte popular con la más académica. En ocasiones esta serie de actos suelen dejar al margen a la mayoría. Aspecto este que se ha superado, si atendemos a la exposición y las actividades realizadas hasta el momento. Martin Molina intuyó las dificultades del proyecto y para minimizarlas pidió la colaboración del profesor Ricardo Izquierdo Benito y del también profesor y periodista Adolfo de Mingo Lorente. Vista la exposición, montada en el crucero alto de Santa Cruz, hay que afirmar que se han superado con sobresaliente los obstáculos que desde fuera se veían.
La temática de la exposición es la figura del Alfonso X, su tiempo y su época. Los organizadores han configurado la muestra como una lección visual de Historia. Los documentos y las piezas, excepto algunas prescindibles sacadas del contexto histórico, sirven de apoyo para perfilar la narrativa del reinado de Alfonso X. El esfuerzo didáctico desplegado, las leyendas de las piezas expuestas más el apoyo audiovisual nos trasladan por el tiempo que dura la vista a los años del rey Alfonso X, con sus dudas, sus ambiciones europeas en la estela de Carlomagno y su labor que, al margen de los esfuerzos bélicos, puso los cimientos de la cultura y de un lenguaje que estaba surgiendo.
No es baladí el recorrido intelectual que se hizo para pasar la ciencia y la sabiduría, que se acumulaba en las bibliotecas de Toledo, del latín al romance –lingua tholetan- que se expandía por el reino. Toledo representaba, según Márquez Villanueva, “la tradición del más culto de los reinos de taifas en un periodo, a su vez, de culminación para la cultura arabigoandaluza”. Alfonso X supo, y eso se percibe en la exposición, que confiaba su prestigio más a las letras y las ciencias que al efecto de las armas. Se pueden deducir varias conclusiones de esta exposición. Una, que sus organizadores la han hecho posible porque sabían que parecía imposible. Dos, han conseguido reunir un conjunto de piezas tan dispares que incrementa el valor de la exposición. Y tres, que estamos ante una exposición adaptada para la mayoría. Puede ser disfrutada con el mismo gusto por los sabios y los menos sabios.