Los días de lluvia en Toledo enseñan una ciudad distinta de la habitual. Porque son escasos. Y porque cambian la piel de la ciudad. Deja de ser ese lugar de color africano, que diría Urabayen, y se convierte en la ciudad de un norte medieval inexistente. Sombría, gris, más romántica que nunca, con una niebla casi trasparente. En un entorno así, preparado para la mejor ficción, un día de lluvia, de los primeros de marzo, se produjo el impacto. Un nuevo espacio cultural se mostraba entre el cielo encapotado para sorprender al visitante.
Hace años, tantos que casi no quedan recuerdos, se cerraba la Biblioteca Provincial, situada al final del paseo del Miradero, medianero el edificio con el de Santa Fe. Se subían unos escalones y se llegaba a un rellano que daba acceso a la biblioteca. Un espacio verde anticipaba las promesas del interior. Cuando se cerró la biblioteca, quedó el lugar inerte que hubo que tapiar con el tiempo por seguridad, primero, y después, para que no se convirtiera en un vertedero. Ahora ese espacio se ha recuperado. Y, ¡¡tachan, tachan!!, se ha transformado en un “locus amoenus”, que enunciaría fray Luis de León. “Un nuevo jardín de las delicias”, como titulaba el diario “La Tribuna”. Un lugar en el que una fotografía gigante, de José Manuel Ballester, ha creado una “performance” de profundidad irreal en el que conviven esculturas de acero, historias de balseros, una composición de Miquel Navarro, una obra de Oteiza, a quién otro maestro del acero, Richard Serra, consideraba el mejor escultor de España; las invenciones de Alberto Corazón, con ese” hombre sin atributos” que refulge con la luz del amanecer y se convierte en sombra cuando la luz decae. O el puente invertido de Dagoberto Rodríguez, reflejando en el agua el tránsito a ninguna parte.
En un terreno perdido y deteriorado durante años –había que haber visto su estado–, CORPO, de la mano de Roberto Polo y del director de la colección, Rafael Sierra, ha surgido un lugar nuevo. Un espacio abierto que invita al juego de perspectivas, a la contemplación desde diferentes ángulos de figuras y construcciones cambiantes en función de las variaciones de la luz natural. La imaginación, los contactos y el gusto estético de Rafael han conseguido la transformación. Y lo ha hecho con escasos recursos y mucha tenacidad. Gente que sueña y no deserta de sus sueños.
En el paseo del Miradero, que durante años sirvió de espacio para aliviar el calor del feroz sol que impresionaba a Rilke, allí, justo a la entrada de la biblioteca antigua, ha crecido la ambivalencia visual que crea la tramoya de José Manuel Ballester. El trampantojo fotográfico proyecta un horizonte de agua y cielo, tan ficticio como real. La sensación, porque esto va de sensaciones, crea la impresión en el espectador de un espacio prolongado por una lámina de agua, surcada por una pasarela hasta un horizonte ilimitado. Pura ilusión óptica. Repuestos de la sorpresa de profundidad visual, se descubre la realidad a medida que se deambula entre las esculturas. Pero el efecto mágico ya se ha conseguido.
Sin embargo, por las circunstancias que vivimos, a pesar de las emociones que el nuevo lugar produce, resulta imposible evadirse de la guerra que se libra en Ucrania, aunque la apuesta de CORPO atenúe, por unos instantes suspendidos en la irrealidad, los horrores de una guerra real. Sucedió un día de marzo que llovía en Toledo. Mientras Europa se estremece por la probabilidad de una tercera guerra, esta nuclear, en Toledo se habilita un nuevo lugar espectacular para la belleza. Vean la exposición y comprenderán mejor este texto.