El día 6 de enero es una fecha importante en el calendario. ¿Por qué? ¿Porque celebramos en España la llegada de los reyes magos con regalos y fiestas? No, porque ese día, del año 2021, una de las democracias más consideradas del mundo dejó de serlo. Perdió los brillos que históricamente le habíamos atribuido y empezamos a intuir que la humanidad puede vivir en el desierto de un capitalismo “poshumano” sin espejismos sociales y sin oasis humanistas. Una masa informe invadía el Capitolio de Washington. De nuevo, como ya ocurriera en lejano año 1814, el Capitolio ardía. Pero esta vez no iban a ser los ingleses quienes quemaran la Casa Blanca y el Capitolio, sino los propios norteamericanos con un fuego tan destructivo como el fuego colonial: la defensa de la autocracia.
Trump, el candidato perdedor de las elecciones, sostuvo con años de antelación que si perdía las elecciones sería un fraude. Tan seguro estaba de la falsedad de lo que enunciaba como de las mentiras de su gobierno. Cuando los resultados se conocieron él alentó a los ciudadanos para que marcharan hacia el Capitolio a paralizar la votación del candidato ganador. El mundo pudo contemplar con estupor la invasión de la sede de la democracia norteamericana y preguntarse, no sin miedo, qué iba a pasar a partir de ese momento. Hoy sabemos que tras este acontecimiento y los cuatro años de mandato de Trump, todo ha cambiado.
Se han legitimado los discursos de la ultraderecha y comprobado cómo se puede derivar hacia planteamientos autocráticos desde la democracia. Quien, tras la segunda guerra mundial, se mostraba a los países del mundo como defensor de la democracia, naufragaba ante nuestros ojos atonitos. De los años de Trump y su final golpista ha pasado un año y según los datos que manejan los periódicos del país un setenta por ciento de quienes votaron a Trump continúan creyendo que las elecciones fueron un fraude. De momento nadie se atreve a pronosticar si las mentiras de Trump suponen un paréntesis en la democracia norteamericana o el comienzo de una época autoritaria.
Los partidos de extrema derecha, y en algunos casos de la derecha actual como en España, cuestionan diariamente el modelo democrático. Se socavan los fundamentos esenciales de la democracia al poner en duda su ejercicio. Se extiende entre los ciudadanos la tendencia a no valorar como un tesoro los principios cívicos y colectivos de los sistemas democráticos. Los modelos autocráticos, como los de Rusia o Asia, se consolidan y borran las fronteras entre autocracia y democracia. Lo importante son los resultados económicos y que se procure un cierto bienestar a los ciudadanos, no los sistemas en los que se obtengan esos resultados.
en la película de Neflix, no se trata de “no mirar hacia arriba”, se pide simplemente no mirar. No mirar a ningún lado. Seguir adelante como se pueda. Sin mirar ni preocuparse por lo que es verdad o es ficción. Ficticio es el debate sobre las declaraciones del ministro Garzón. Pero ahí están las declaraciones de algunos. Los partidos de ultraderecha en Europa atisban una nueva época triunfal para sus falacias. Y en España, ya se acepta de manera abierta, y en varios casos con cómplice respaldo mediático, que la derecha pueda gobernar con la ultraderecha. En Madrid la libertad, ay, se confunde con ir de bares y discotecas y se promueve el autocuidado sanitario como preparación sicológica para incorporar la progresiva privatización de la sanidad pública. La salud como asunto individual, no como un bien colectivo Si se mira, aunque sea de reojo, no se perfilan buenos horizontes.