Comienza un curso político decisivo. Por si alguien a estas alturas no se ha enterado, el año que viene, por mayo, tendremos elecciones municipales y autonómicas y sus resultados marcarán lo que vendrá después. Si todo marcha como ahora se intuye, aunque en política, como en el futbol, nunca se sabe lo que puede pasar, a final de año vendrán las generales y buena parte de lo que entonces ocurra se habrá anticipado en primavera. Claro, que cuando los augures y los arúspices de Tezanos miren las tripas de los comicios y observen el vuelo del voto popular, todo podría ser que algunos electores en España se encontraran ese domingo de mayo con cuatro papeletas y cuatro urnas en las que ejercer de ciudadanos responsables.
Ahora en el otoño que se avecina lo único que está meridianamente claro es que la marca PSOE está fuertemente contaminada por la trayectoria de su líder en el ejercicio del poder durante ya casi tres años que a muchos se les han hecho interminables. Ahora todo son prisas por rectificar todo lo rectificable y dar otra vuelta de tuerca para convertir al Gobierno en la oposición de la oposición, un síntoma que aqueja siempre a aquellos que no se sienten cómodos en el ejercicio del poder.
Pero si a nivel nacional las cosas aparecen con bastante claridad, siempre que Pedro Sánchez no sea capaz de romper la dinámica de sangría continua de votos que aqueja a su partido, en la región las cosas no aparecen tan claras. Nadie duda de que la dinámica del PSOE perdedor y fuertemente mediatizado por la personalidad del líder no beneficia a las aspiraciones de Emiliano García-Page, pero tampoco hay duda de que el presidente regional ha sido capaz a lo largo de estos años de desmarcarse del sanchismo y aparecer ante el electorado de toda la vida, que tantos triunfos le dio a Pepe Bono, como el dueño del centro político que siempre triunfó en la región. Ya saben, aquellos caladeros de votos que los equipos de Bono tenían perfectamente cartografiados en los siempre procelosos mares de las dinámicas electorales.
Paco Núñez, a pesar de partir con el valor añadido de una imagen de marca conseguida por Alberto Núñez Feijóo, no las tiene todas consigo. A pesar del optimismo con que una y otra vez se refiere al futuro, Emiliano García-Page ha demostrado ser un ganador capaz de aglutinar al electorado mucho más allá de lo que sería su votante habitual.
Y es que, además, se diga lo que se diga, tras más de cuarenta años de democracia, el votante medio español no se deja llevar, como a nivel nacional, por el tirón de la marca y de la ideología que aparentemente representan unas siglas y en municipales y autonómicas prima en gran escala a la persona. Ahí, toda la ventaja es de Page.