Afortunadamente pasaron los tiempos en que era impensable la separación entre la Iglesia Católica y Estado. El nacionalcatolicismo representó la última versión castiza, totalitaria, faltosa y española de una corriente de pensamiento presente en la historia durante siglos. Uno, a la vista de algunos sucesos en la región durante la semana pasada, piensa que muchos de nuestros políticos no han renunciado a algunos de esos usos y costumbres que tan rentables fueron para una parte y otra en el pasado.
En España la separación de la Iglesia y el Estado está claramente expresada en la Constitución del 78, aunque aparezca ese matiz de que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” que ha servido a muchos, sobre todo del lado que aparentemente estaría más interesado de quitarse de encima el peso de un poder fáctico, para, como se dice en el refranero, estar en la procesión y repicando.
Y es que ese párrafo constitucional les ha servido a más de uno, a izquierda y derecha, para, si no obtener su influencia y su alianza de poder, si para algo que en el mundo de hoy es mucho más importante: salir en la foto y estar donde el cálculo electoral dictamina que no se puede faltar.
Han pasado cuatro décadas y no hay concejal de pueblo, ni diputado, ni político con aspiraciones que renuncie a ir detrás de la procesión, sea en esas Semanas Santas de dolor o en esas romerías de alegría que proliferan por la geografía española como los hongos en otoño. El ciclo de romerías marianas, y mucho más si coincide con tiempo electoral, se puebla de representantes de los poderes públicos con la sana intención de cumplir con la recomendación constitucional de “tener en cuenta las creencias de la sociedad española”, aunque no hayan pisado en una iglesia desde la primera comunión. Pero todo sea por el mandato constitucional.
Luego, cuando llegan a algunos de estos eventos de confraternización y escuchan a algunos curas y obispos predicar lo mismo que predican cada día desde el púlpito, se echan las manos a la cabeza y se sienten escandalizados. Así les ha ocurrido, con algunas excepciones, a la tropa de concejales, diputados y consejeros que el otro día en la romería de Alarcos en Ciudad Real no tuvieron otra que chuparse de arriba abajo el documento que los obispos de Castilla-La Mancha mandaron leer en todas las parroquias de la región poniendo las cosas en el sitio que defiende la Iglesia sobre la reciente ley LGTBI aprobada por las Cortes Regionales. Fueron a la romería y a misa a hacerse la foto y darse un baño de masas, y se encontraron con la sorpresa de que en España, desde hace unos cuantos años, la separación Iglesia Estado es efectiva. Por sus reacciones a la homilía episcopal daba la impresión de que todavía no se han enterado.