Gustavo Adolfo, un periodista, un gran tipo
Ha muerto Gustavo Adolfo Muñoz Gil, un periodista de los de siempre, un todo terreno que fundó periódicos, hizo radio y que siempre sintió su profesión como el mejor juego que la vida le podía regalar. Uno le recuerda en el Ya, en Onda Cero, en El Mundo Comarcal, que fundó con un grupo de periodistas y amigos, en ABC, en este mismo periódico, siempre entusiasmado por un trabajo que era su vida. Cuando las cosas en los últimos años hicieron casi imposible el ejercicio del periodismo convencional se inventó un juguete digital en internet, El Trolediario, para seguir en el juego de combinar periodismo y humor a la manera de aquellos escritores de La Codorniz que tanto admiraba: “El diario más optimista para el lector más consternado”, un lema que podría resumir la raíz de su ironía y su sarcasmo. En esa empresa de su final invirtió tiempo, dinero y chorros de vida, como un Quijote que hasta el último aliento siente la necesidad de seguir desbaratándose contra molinos, arrieros, gigantes y gañanes.
Y la necesidad de sentirse en un juego permanente, en el que cada día cada idea, por más disparatada y quijotesca que fuera, se ponía en marcha al día siguiente, es lo que le llevó y le mantuvo durante más de la mitad de su vida, en la casa y la galería de Manolo Cerdán y Sara Tornero como un hijo más.
El amigo Gustavo tenía, para quien no le conocía, el problema de la imagen. En el mundo de la comunicación, lo sabe cualquiera, eso es una rémora, y los casi dos metros de tío y la cara seria y de tipo duro no era la mejor tarjeta de presentación para sobrevivir en ese mundo. Tampoco le ayudaba su pecado de juventud al haber vivido la Santa Transición en el lado equivocado. Nunca se quitó de encima su pedigrí de facha, como uno no se ha quitado, a pesar de los años, el de rojo; algo que caía por su peso en cuanto alguien tenía el privilegio de pasar una hora de charla con Gustavo, con o sin, unos cubatas de Dyc don Cocacola por medio.
Gustavo era uno de los seres más educados, dialogantes y elegantes que uno ha conocido en el mundo. Era muy parecido en el fondo, aunque no le acompañara la imagen, al que fuera su gran amigo, el desaparecido Jota Jota. Y su elegancia consistía en no molestar nunca a un amigo; no pedir nunca nada; no echar la culpa nunca a nadie de sus fracasos o de sus miserias; no lloriquear, no molestar, pero eso sí, dejando siempre, sin esconderse nunca, su opinión, por muy políticamente incorrecta que fuera.
Ha muerto un gran tipo, uno de esos de los que la generación de nuestros padres y abuelos decían que se vestía por los pies, para dejar claro que era una persona de fiar. Alguien del que esperar siempre lo mejor sin necesidad de que se lo recuerdes y que nunca te lo recordara a ti.
Y como uno es consciente de que a él le sentaría como una patada en los huevos que ahora siguiera estirando la cuerda de los elogios y los adjetivos, corto por lo sano y simplemente le digo: Adiós, amigo.