Llorente, Barredo o la cuadratura del círculo de Podemos
Podemos dejó de ser una alternativa de gobierno real de izquierdas el día que liquidó la esencia de la fuente de la que había surgido. El 15-M era un movimiento transversal, en donde la izquierda del PSOE convivía con los antisitema, con los jóvenes que repudiaban la política de los viejos partidos y una buena tropa de ingenuos adanes, dispuestos a refundar el mundo. Lo fundamental de aquello y lo que desconcertaba a los analistas era su imposible adscripción. Negaban a los comunistas del PCE y de Izquierda Unida por cenizos y reivindicaban un movimiento que proclamaban “ni de izquierdas ni de derechas”. Montaron asambleas interminables en las calles y sacaron al aire las viejas banderas oxidadas del sesenta y ocho francés. La Puerta del Sol fue la Sorbona y el Berkeley de los jóvenes airados españoles. Todo olía a nuevo y nada de lo viejo parecía valer. Muy pocos fueron los que entonces pensaban que al final aquel movimiento cristalizaría en algo tan viejo y rancio como lo que es hoy: un partido comunista en el que se escabecha al disidente, se aplica sin ningún recato el viejuno principio del centralismo democrático y como en el PCE de La Pasionaria y Carrillo en el exilio se le “hace la autocrítica”, tal como contaba Jorge Semprún en su Federico Sánchez.
Federico Jiménez Losantos en su Memoria del Comunismo ha tirado del hilo de sangre que llega desde Lenin y Stalin, pasando por Mao y otros tiranos, a estos muchachos que venían a redimir al mundo de la política de sus pecados, como Jesucristos laicos y con coleta. Reproducen los comportamientos clásicos de sus maestros. No hay lugar para el que piensa de otra manera. Luchan encarnizadamente por el poder y la traición, el complot y las puñaladas por la espalda se reparten entre los besos apasionados y las citas de algún poeta cursi.
Y si no, ahí está el espectáculo de Madrid, con Carolina Bescansa urdiendo una trama para administrarle una ración de cicuta al jefe y alzarse con Íñigo Errejón con la Secretaría General del querido y amado líder, y, ahí está también el escabeche trufado de comedia bufa que hicieron con el compañero Fernando Barredo, o el estofado de anticapi a las finas hierbas que se cuece en los Gilitos esperando al díscolo Llorente. Nada nuevo bajo el sol en los partidos comunistas clásicos en los que es un principio fundamental la purga purificadora interna que se repite una y otra vez junto a inevitables planes quinquenales. Quitar michelines, que diría el jesuita Arzallus. Avanzar hacia el asalto a los cielos sin pesos muertos. Todo, tan transversal, renovador, puro y simple como una hoz sobre un martillo o como los ingenuos que tragaron el viejo anzuelo.
A David Llorente y Fernando Barredo les queda el consuelo de decir aquello de San Lorenzo en la parrilla: “Dadme la vuelta que ya estoy tostado del lado izquierdo”.