Page y García Molina: balas de fogueo
Imagino que Page está harto de sus socios de gobierno de Podemos. Nunca le han caído bien García Molina y sus chicos. Los soporta por la fuerza y las necesidades del poder, pero es pura resistencia: no hay química ninguna, ni simpatía, ni coincidencias ideológicas o de gestión. Podemos y el PSOE están juntos en el Gobierno de Castilla-La Mancha por la vía de los socorros mutuos pero su lejanía política y personal parece estratosférica. Se necesitan pero se repelen y no hay más que estar un poco atentos para evidenciarlo. Intuyo al presidente Page cansino de su vicepresidente segundo García Molina, el eternamente ausente del Gobierno regional pero tan ricamente acomodado en las moquetas del poder sin que la gente que le paga sepa explicar bien la nebulosa en la que se mueve cada día como alto representante de los castellano-manchegos: qué hace, a qué se dedica, cuál es exactamente su trabajo y sus funciones y con qué grado de aplicación y eficacia los pone en marcha. Al vicesegundo de Podemos le vemos de vez en cuando en las fotos oficiales, sabemos de sus viajes y de alguna visita institucional, pero desconocemos en esencia el grado de importancia real de su figura en el organigrama de la Junta y los méritos contraídos en el Ejecutivo para ganarse el sueldo público todas las mañanas. Me da pereza comprobarlo, pero no creo que esta circunstancia venga bien explicada en el portal de transparencia.
El caso es que parece pertinente suponer a Page incómodo con estos chicos en su Consejo de Gobierno y acordándose todos los días de la mayoría absoluta que le negaron las urnas al PSOE y de la que se derivan todos estos lodos. También al contrario. Los Gobiernos chiquititos parecen el signo de los tiempos y ha empezado una nueva era en la que hay que cargar estas mochilas, tan pesadas que todo el mundo las detesta en privado aunque nadie se atreva a hacerlo en público. Las coaliciones de poder parecen una gran idea sobre el papel de las quintaesencias democráticas y la corrección política, pero bien analizadas terminan siendo en realidad un juego de intereses, ventajismos y chantajes que no parecen ayudar mucho a la buena gobernabilidad, salvo, supongo, honrosas excepciones un poco más allá de la condición humana y la vulgaridad general del medio ambiente. La última puesta en escena de Page contra Podemos, o viceversa, es decir de Podemos contra Page, ha sido esta misma semana el bloqueo a la importante ley de Mecenazgo, una explosión controlada desde dentro del propio Gobierno regional que es otra piedra intencionada contra el buen servicio público a la gente. Tal vez esta argucia pueda ser una bofetada de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez en la cara de Page, o un tortazo provocador de Page a sus socios a ver si van intuyendo la puerta de salida, o incluso un bocinazo de García Molina para llamar la atención del presidente del Ejecutivo autonómico al que pertenece: vaya usted a saber qué clase de jueguecito endiablado y partidista es esta operación, pero lo que sí parece seguro es que se trata de una maniobra de bajura que no presta servicio alguno a los intereses generales.
El consejero Felpeto y otros portavoces socialistas ayer parecían indignados. Se pusieron equidistantes y casi reparten más culpas al PP que a Podemos, pero en realidad parece que se trata de la travesura doméstica de alguno de sus hermanitos, el de sangre o el otro o los dos, y a ninguno quieren ni pueden poner en su sitio de verdad. Lo facilito, ya se sabe, es echarle la culpa siempre de todo a los populares. El teatro de momento les deja a Page y Felpeto sin su ley. Otro tiro de prueba con balas de fogueo. Más adelante cabe pensar que este status quo, disparo a disparo, terminará rompiendo un poco más adelante el Gobierno regional. Como Dios manda.