Le llama la atención a uno que noventa y tres años después de la II República Española, o medio siglo después de la muerte de Franco, no se pueda hacer Historia con libertad, desde una posición sin ser tachado de franquista o antidemocrático. El dicho aquel tan traído por Andrés Trapiello en su magistral Las armas y las letras, que afirma que la inmensa mayoría de los escritores que por una u otra razón cayeron en el bando franquista "ganaron la guerra y la perdieron en los manuales de literatura", es una verdad evidente que se traslada a todos los ámbitos de la época.
Hace unos pocos días vi en la web de RTVE el documental dedicado al "Machado de derechas" con el que el principio maldito se ha cumplido de una forma inexorable, a pesar de que, como tantos millones de compatriotas, lo que condicionó toda su vida posterior fue encontrarse en Burgos el diecisiete de julio de 1936. Manuel Machado tuvo la suerte o la desgracia, que elija cada uno, de estar aquellos días en "zona nacional", lo que le valió pasar unos días en la cárcel de la ciudad y firmar luego, como compensación, un soneto dedicado al "Caudillo" que le perseguirá hasta la eternidad, algo que no ha ocurrido, por ejemplo, con poetas de su generación como Pablo Neruda o Rafael Alberti, que se hartarían de escribir poemas de vergüenza ajena al genocida mayor de la historia del siglo XX, Josef Stalin, junto a su versión totalitaria de derechas, Adolfo Hitler. Pero ya se sabe que la ley del embudo es una especialidad que desde los medios "progresistas" se aplica con un rigor que para sí quisieran las leyes de Newton.
De nada sirve que documentales como Manuel Machado o la edad de la poesía, dirigido por Miguel Ángel Hernández Arango, o libros como El querido hermano, de Joaquín Pérez Azaustre, o Los otros hermanos Machado, hayan pretendido acabar con las interpretaciones simplistas, sectarias y de "memoria democrática" al uso. Nada: picar sobre granito. Sólo cuando pasemos a otra era geológica podrán contemplarse las marcas que el pico dejó sobre la roca.
Y es que en el Congreso de los Diputados, en los medios y ya casi en cualquier lugar sólo se puede hablar de cualquier suceso histórico si uno se somete a la interpretación que la izquierda ha impuesto como verdad de fe y, por lo tanto, indiscutible.
Uno piensa en los años cincuenta del siglo pasado y no imagina a un historiador español de la época coartado por dar una interpretación canónica y ajustada a una memoria impuesta de unos sucesos como la última Guerra Carlista o el reinado de Alfonso XII, que se encontrarían entonces a la misma distancia temporal de la que nosotros nos encontramos de la guerra civil o el franquismo. A eso se le llama totalitarismo y tiranía cultural.