A menudo se dice que con las aplicaciones de mensajería se pierde libertad, que WhatsApp o Telegram esclavizan la atención a los mensajes. Pero es falso.
Ayer se produjo el caos en la Red. El apocalipsis, el comienzo de la destrucción del mundo, lo que bien podría considerarse la chispa de la Tercera Guerra Mundial. Estoy ironizando para sacar de quicio el hecho, por supuesto: hubo una caída mundial de WhatsApp y las reacciones superaron todo lo que yo imaginaba. Por exageración al no poder enviar mensajes durante unas horas y por lo arraigada que está la idea de que las aplicaciones de mensajería restan libertades.
Aparte de las quejas por la falta de servicio, más que loables (aunque exageradas en muchos casos), y de los oportunos comentarios de «A mí no me afecta porque uso Telegram» (como si esta aplicación no tuviese caídas), estaban las divagaciones en torno a la libertad de vivir sin aplicaciones de mensajería. No importa qué aplicación utilices, muchos opinan que te ata al móvil y a las notificaciones. ¿Cierto? Ni mucho menos.
Telegram, WhatsApp, Messenger… No esclavizan a nadie, solo dan un servicio
Durante las caídas más sonadas de estas aplicaciones es cuando más se escuchan los argumentos en contra basándose en la supuesta dependencia que provocan. Las caídas suponen el caldo de cultivo perfecto: usuarios mostrando su malestar de manera exagerada y otros deseando aleccionar con una postura la mar de loable, la de no darle importancia a la comunicación por mensajería móvil. Los argumentos para defender dicha postura no son tan válidos.
Hace un par de meses hablaba sobre la adicción al móvil reseñando casi el mismo argumento: que el dueño del móvil se vuelve dependiente de los mensajes que recibe cada dos por tres. Adicción, dependencia, esclavitud… Puede parecer lo mismo, pero no lo es. Sí suelen ser idénticas las causas: falta de auto control.
El móvil es una herramienta, igual que lo son las aplicaciones que alberga en su interior. Es cierto que se han impuesto con demasiada rapidez en la sociedad y que su importancia va en aumento, pero no por eso suponen un peligro para nadie. El problema viene cuando no sabemos ponerle límites al uso que hacemos de dichas herramientas y, sobre todo, a quienes las utilizan para contactar con nosotros.
Hay que ponerle límites al uso que hacemos de estas aplicaciones, también a los demás
Es verdad que WhatsApp, Telegram y resto de aplicaciones similares contienen un elemento que les hace propensos a provocar exceso de atención: el contacto social. La verdadera habilidad de la mensajería instantánea se encuentra en su concepción: resulta posible conectarse con cualquiera al momento y sin que importen ni la hora ni el lugar. Si esto ocurriese en las relaciones normales cara a cara el problema seguiría siendo el mismo; aunque, con seguridad, no despertaría tanta alarma.
La clave se encuentra en el uso racional de las herramientas
Y en conseguir que nuestros contactos hagan lo mismo. Si utilizas una aplicación de mensajería y durante una caída no pudiste superar el deseo de comunicarte con ella quizá tengas un problema de auto control. O falta de auto estima, necesidad de afirmación por parte de terceras personas… No tiene por qué haber un problema psicológico, pero en ningún caso la culpa será de la aplicación.
No debes dejar que tus contactos te echen en cara el uso que hagas de las aplicaciones de mensajería
Vale, tomaste la determinación de alejar el deseo de encender constantemente la pantalla para ver todos los mensajes que tienes pendientes, pero también debes decirle a tus contactos que les responderás cuando te parezca o tengas el momento. Que nadie te eche en cara que no respondiste al instante o te pida explicaciones por el retraso en llegarle el doble check azul: tienes derecho a hacer lo que te plazca con tus comunicaciones.
Uso racional, es lo único recomendable. Las aplicaciones de mensajería son una herramienta de comunicación, no un instrumento de tortura. Y no tienen la culpa de la falta de auto control.