Todos hemos estado ahí. Escuchando nuestra lista de «lentas» en Spotify, compuesta por Iron Maiden, Black Sabbath o Thin Lizzy y de golpe una molesta señorita nos invita efusivamente a escuchar el último disco de Juan Magán o de Pitbull. Querido Spotify, tienes el historial de todo lo que escucho, todas mis listas ¿no tiene tu algoritmo la ligera sospecha de que el reggaeton no sólo no me interesa, sino que además me da un poco de pelusilla?
Vale, comprendemos que Spotify ofrece su servicio de forma gratuita y que de alguna manera tendrán que amortizarlo, y la publicidad es una de las formas de amortizarlo, pero en pleno 2015, la era de los algoritmos y de la recolección de datos, el distribuir anuncios de esta forma, casi a manguerazos, no parece la forma más efectiva de llegar al público, es casi como si se estuviera en los años 90, cuando los anuncios se lanzaban sin demasiada información de la audiencia a la que iba a llegar.
Pero hoy en día, y especialmente en Internet, eso ha cambiado radicalmente. Cualquier servicio de streaming como Spotify puede conocer al detalle nuestros gustos, horarios, desde dónde escuchamos música, qué canciones escuchas al final, las que repites y cuales pasas. Con esa cantidad de información enviar la misma publicidad a todos los usuarios es, como diría el histórico de la radio española, matar moscas a cañonazos.
Cuando los algoritmos fallan
También es posible que el Reggaeton y este estilo de música sea lo único que esté dispuesto a pagar por salir en Spotify, al fin y al cabo es lo que más éxito suele tener -mostrándonos la decadencia occidental y el fracaso de la ilustración- pero incluso así, poner publicidad de este tipo de música a alguien que sólo escucha rock parece tirar el dinero, tanto para la plataforma como para el anunciante, ya que difícilmente consumirá tu producto.
En la era de los algoritmos, a veces los algoritmos fallan, no son perfectos. El problema es cuando en ocasiones buscamos información de algo que en realidad no nos interesa -por la razón que sea, ni que sea para odiarlo un poco- y luego nos pasamos semanas viendo anuncios de ese producto en todas las webs que visitamos.
Una evolución más absurda si cabe de esa situación es cuando compramos un producto en alguna tienda digital como puede ser Amazon y a partir de ese momento empezamos a ver anuncios de esa misma tienda mostrándonos ese mismo producto. ¿Hola? Nadie mejor que tú sabes que ya he comprado ese producto y que no voy a volverlo a comprar -mi experiencia en este sentido fue con una nueva lente para la cámara de fotos-, muéstrame productos relacionados y quizá pique ¿pero el mismo?
Algún día nos libraremos de la publicidad que no nos interesa
Pero también tenemos que agradecer a los algoritmos el sentirnos distintos a los demás de tanto en cuando, sobre todo cuando acabamos de registrarnos en algún sitio y este todavía no nos conoce, por lo que nos muestra la opción predeterminada, con la que tienes tanto en común como con un lemur de cola anillada (a menos que seas un lemur de cola anillada).
El «regalar» datos a las empresas debería servir para algo, y eso es al menos para no tragarnos anuncios en los que no tenemos el menor interés pero parece que todavía tienen mucho camino por recorrer hasta ser capaces de ajustarse perfectamente a nuestros intereses, e incluso nuestros futuros intereses, pero eso es sin duda sólo una cuestión de tiempo.