Hará unas semanas, leí un libro estupendo, original, fino como el cristal al tacto. Su título, Dos o tres cosas que tengo claras (Errata Naturae, 2024), de Dorothy Allison (Greenville, 1949) me pareció curioso y oportuno, pues yo nunca he tenido nítida ni una. Además, entonces me sentía como Cookie Mueller –la dreamlander y musa de John Waters en Caminar por aguas cristalinas en una piscina pintada de negro (los tres editores, 2024), es decir, tan desnortada como absorta en los detalles de las vidas de los demás, en sus vericuetos. Pero también asomada al abismo y retirándome el pelo de la cara y de la boca.
El texto era generoso con sus lectoras y se dejaba leer con proximidad, y agradecí esa calidez con el paso de los días. En ese momento vital, me debatía entre empezar un libro nuevo o seguir abandonándome a la lectura sin descanso. Llevaba semanas emborrachándome y enamorándome de un sinfín de textos que me pudiesen decir por dónde debía volver a empezar: Eva Baltasar, Kathy Acker, Rosario Bléfari. Así, tras Niños del futuro, enfrentarme de nuevo al papel no era otra cosa que arrancarme de nuevo a contar. Pero ¿el qué y por qué?
En su libro, Dorothy Allison organiza sus recuerdos y ve que son, al escribirlos, un compendio de lugares de amor en los que ha estado sola o acompañada. Además, para la escritora, los tropiezos biográficos –que unas veces dependen de una y otras de los demás– se deben a la falta de pertenencia, a la ausencia de conciencia identitaria. En esta ocasión, la también autora de Bastarda (2022) aborda la relación con su cuerpo, su deseo hacia las otras mujeres, así como las distintas violencias que experimentó a lo largo de su vida, por parte de algunos hombres.
El "tema" en literatura, dar con él, es el verdadero enigma. Por mucho que tenga un hilo del que tirar, he de conocer su grosor, su color y también su textura
Comprendo que el hecho de que no me hable con mis padres –por ahora, ya que siempre pasan cosas, ya lo dice mi terapeuta– porque me eché novia hace seis años sea algo sobre lo que escribir. Percibo que el haber sobrevivido a una tragedia en un concierto multitudinario pueda tener interés; que sea un asunto a explorar, a sanar también. Intuyo que, quizá, hablar sobre enamorarse de alguien y no ser correspondida porque el lenguaje de la circunstancia no supera el principio de realidad sea un buen argumento que observar dentro de una historia, pero no es un tema. Es el material de vida, de mi vida, con el que llego a la herida seca, a la costra, y yo busco al escribir la sangre o el columpio del que me caí.
El “tema” en literatura, dar con él, es el verdadero enigma. Por mucho que tenga un hilo del que tirar, he de conocer su grosor, su color y también su textura. He de advertir su forma completa –y en su mínima expresión, que el teclado sea un cuentahílos– para creer que el jersey resultante de esa madeja me hará sentir a gusto. Su forma es lo que defiende cualquier relato de nosotras mismas e igualmente de los demás, y es un cuerpo.
No importa lo bueno que sea el argumento que tenga o pueda tener entre mis manos, si no estoy conectada con la experiencia de tener un cuerpo o con la insufrible y tan necesaria placidez que a una le da saber quién es a través de él.
Más que tramas, mi propósito a la hora de tejer un texto es encontrar un motor para la narración, algo que estimule esos recuerdos y sepa contarlos. Mi deseo es aventurarme a través de la intimidad y su anatomía, y encontrar escenarios en los que poder indagar en su palpitar. Buscar, como decía María Zambrano, la “metáfora del corazón”.
Andrea Toribio (Madrid, 1993) es editora y escritora. Autora de dos poemarios, acaba de publicar Niños del futuro (La Navaja Suiza, 2024).