Aunque se haya fragilizado en alguna medida la espléndida libertad de expresión que España coronó en los años ochenta del siglo pasado, la objetividad exige reconocer que nuestra nación goza, en el concierto internacional, de un excelente periodismo impreso, hablado, audiovisual y digital en el que predomina el rigor, la seriedad, la investigación y la deontología profesional. Del chico de la Prensa de los años veinte del siglo pasado, se ha saltado al doctor en Ciencias de la Información.
Con todas las excepciones que se quieran señalar, la realidad es que la ciudadanía está hoy mejor informada que nunca. Y que el periodista profesional cumple con sus dos funciones esenciales: administrar con rigor un derecho ajeno, el de la información; y, en segundo lugar, el ejercicio del contrapoder, es decir, elogiar al poder cuando el poder acierta; criticar al poder cuando el poder se equivoca; denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no sólo al poder político, también al poder económico, al poder empresarial, al poder sindical, al poder universitario, al poder deportivo, al poder cultural…
Dediqué hace algún tiempo dos artículos en esta página a denunciar el periodismo de la insidia, a rechazar la felonía de ciertos periódicos y determinadas tertulias dedicados a la calumnia, la artería, la felonía, la perfidia… Un borrón en la admirable página del periodismo español actual.
El famoseo de turno está que trina con el chaparrón que sobre él se descarga. Se siente violentado, agredido
La inmensa mayoría de las tertulias audiovisuales, por poner un ejemplo, son serias, constructivas y responsables. Una pequeña minoría quebranta la seriedad general y los responsables tienen el deber deontológico de evitar la deriva del periodismo de opinión hacia la insidia.
La llamada Prensa del corazón nada tiene que ver con la manifestación ligera del periodismo. Es muy difícil hacer buena Prensa del corazón y en ella ha alcanzado nuestra nación éxito máximo. Tal vez la única publicación española auténticamente internacional sea la revista Hola, dirigida de forma ejemplar por Eduardo Sánchez.
[Nuria Espert. En ella los años no son nunca pasado, sino siempre futuro]
Perdería yo, sin embargo, la objetividad si no señalara algunas excepciones, sobre todo en espacios audiovisuales y en las redes sociales. El famoseo de turno está que trina con el chaparrón que sobre él se descarga. Se siente violentado, agredido, despedazado por algunos comentaristas y tertulianos instalados en el chisme, la patraña, la habladuría, el enredo...
A escala nacional, se ha ampliado el antiguo patio de vecindad, con sus cotorras, sus comadreos, sus comidillas, sus insinuaciones… De vergüenza ajena. En unos minutos se despelleja sin piedad la vida, la obra, la intimidad, la imagen de mujeres y hombres, que han saltado al famoseo, y que se merecen respeto.
[José Manuel Sánchez Ron: no saber adónde vamos ni de dónde venimos]
Son muchas las docenas de cartas que recibo denunciando campañas, sobre todo en televisión y redes sociales, dedicadas a ese abominable periodismo del chisme, impropio de una nación de la envergadura cultural de España.
Noam Chomsky, filósofo de la comunicación, impulsor de la gramática generativa, racionalista cartesiano, lúcido a los 96 años en su ancianidad constructiva, ha sabido denunciar los abusos del poder político, del poder económico, del poder mediático en los Estados Unidos de América, primera potencia del mundo, ganándose el respeto universal y la consolidación de un prestigio sin fronteras.
[Mario Vargas Llosa, el escritor en español más influyente del mundo]
En su libro El lenguaje y el entendimiento, critica con dureza la deriva del periodismo actual hacia la anécdota menor y hacia el chatting intranscendente y desvirtuador. Anticipó lo que el descontrol de las redes sociales y del mundo audiovisual podía suponer en las sociedades contemporáneas hasta distorsionarlas y comprometerlas.
Y no, no se trata de prohibir. Chomsky considera primero injustas y luego contraproducentes las prohibiciones. Se trata de introducir en el mercado informático con celeridad y abundancia los mensajes que ridiculicen el chisme y la insidia. Y eso depende, al menos en gran parte, de la propia profesión, de los periodistas serios y capaces.