Se trata de una historia sin contrastar. Me la contó Luis Calvo, en su despacho del ABC verdadero que él dirigía. Ramón Menéndez Pidal envió a la Revista de Occidente su libro –su gran libro– Orígenes del español. El crítico lo maltrató y el sabio lingüista la emprendió contra Ortega. Acosaron al filósofo un día en el Ateneo algunos intelectuales que le repitieron lo que decía Pidal. –“Ah, sí –concluyó Ortega– Menéndez Pidal, Ramón Menéndez Pidal... Es medieval y mediotonto”.
Cuando Ortega y Gasset, después de largos años de exilio, regresó a Madrid, tras mantener, por cierto, fecundas conversaciones con Don Juan III en Estoril, Gregorio Marañón se movilizó para que ingresara en la Real Academia Española, pero se estrelló contra el muro levantado por Menéndez Pidal. Y la Casa se quedó sin disfrutar de la maestría literaria y filosófica de la primera inteligencia del siglo XX español.
He tenido ocasión de ver en la televisión de El País la entrevista que Javier Cercas hizo al presidente de Francia, Enmanuel Macron. Se ha robustecido mi admiración por el autor de El punto ciego. Aunque él no lo crea así, es un periodista excepcional que rastrea como un apache las huellas fugaces de la actualidad. Es también un ensayista profundo y equilibrado. Y un filósofo riguroso. Y el novelista grande de Soldados de Salamina, El monarca de las sombras o Anatomía de un instante. Y para muchos un escritor que debe enriquecer la vida intelectual de la Real Academia Española. Sería absurdo que ocurriera con él lo que pasó con Ortega o con Juan Marsé, el catalán que ha escrito el mejor castellano del siglo XX, Valle, Umbral y Cela incluidos.
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Acaba de publicar Javier Cercas un libro, No callar (Tusquets), en el que se agrupan sus crónicas y artículos de más de veinte años, buena parte de ellos publicados en El País. He releído numerosos textos que ya conocía. No se arrepentirán los seguidores de El Cultural que se adentren en este extenso libro de casi ochocientas páginas que desborda el pensamiento profundo, la calidad literaria, la fractura de la metáfora. Y la inquietud del autor por las grandes cuestiones de la actualidad. Se podrá coincidir con Javier Cercas, se podrá discrepar. Lo que está claro es que en el grupo de cabeza de la vida intelectual española ocupa lugar destacado.
Javier Cercas cabalga sobre la actualidad con la destreza del charro. Construye los artículos como miniensayos, cuidando no ya el pensamiento, también la sintaxis y la belleza literaria. Traslada al lector desde Umberto Eco y Milan Kundera a Machado y Ridruejo; desde Steiner y Kafka a Blecua y Gil de Biedma.
Desbroza el tema de nuestro tiempo y se refiere después al feminismo y a la hora de las mujeres. Afirma que el periodismo está más vivo que nunca. Se proclama de izquierdas. Considera a Noam Chomsky como un referente supranacional. Se revela siempre moderado y liberal. Habla de Cataluña con precisión y autoridad. Y contempla Europa como Huizinga, desde los balcones de la filosofía de la Historia. Necesita a Fellini y a Dylan. Para él, Jorge Luis Borges es la sabiduría de la ignorancia. Conocí a fondo a Borges y no acierta Cercas, que, además, escribe sobre el regazo airado y azul de los versos borgianos. Tiene razón cuando afirma que Larra es el mejor prosista del siglo XIX, por encima de Clarín y Galdós.
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Coloca a Miguel Delibes en su sitio y se desgarra al referirse a Ortega, sin orteguianos y sin ortegajos. Navega junto a García Márquez contra el viento que bordonea el mar. Tras espigar muchas horas en No callar siento que es imposible reflejar en una página lo que la cultura de Javier Cercas armoniza entre el rosmar –Valle-Inclán al fondo– de los sectarios y excluyentes. El autor de La velocidad de la luz, impasible, escribe con la pluma entre los dedos desdeñosos, entre sus manos ojivales siempre dispuestas a defender a los desfavorecidos.