Pablo Neruda, 50 años del Premio Nobel de Literatura
Inclinado en las tardes, el poeta tiraba sus tristes redes a los ojos oceánicos de la amada inmóvil. Le gustaba sobre todo cuando estaba como ausente. Era Albertina Rosa Azócar, la niña morena y ágil, la delirante juventud de la abeja, la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga, la voz suelta y delgada, dulce y definitiva, como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
Escucha Pablo Neruda la noche inmensa, más inmensa sin ella y lamenta el amor que se le quiebra entre las manos. De otro, será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido. Saludé a Albertina en su floristería de Santiago cuando andaba por los 80 años. Comparto íntegramente el juicio de Gabriel García Márquez: “Pablo Neruda es el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”.
Dirigida por Manuel Mateos, participé por primera y última vez en mi vida como actor en una película, Neruda en Valparaíso, en la que se recreaban las tertulias de Pablo en Isla Negra, en aquella biblioteca aromada de caracolas marinas, acosada por espolones de proa de barcos centenarios, iluminada por Matilde Urrutia y encendida de versos y recuerdos velados a Delia del Carril, la Hormiga de todas las nostalgias. Sara Vial era la autora del guion de aquella película que alcanzó éxito en las televisiones de Chile y España. La recuerdo con especial sentimiento.
Sara Vial fue una mujer muy inteligente y una inspirada poeta. De joven destacó en ella la belleza y desde 1955 la amistad con Pablo Neruda. Recuerdo que quería organizar una gran celebración del Premio Nobel de Literatura en Santiago, a los cincuenta años de que lo ganara el autor de Una canción desesperada. La enfermedad terminó con ella, pero no he olvidado su deseo del gran homenaje a Neruda.
Álvaro Inostroza, periodista de gran prestigio, notable poeta, entrevistó a Sara Vial y publicó en El Mercurio de Valparaíso un artículo sobre los proyectos de la poeta en el que Sara Vial manifiesta: “En 1955 conocí a Neruda, que prologó mi primer libro de poesía y me presentó a Gonzalo Losada, director de la Editorial del mismo nombre, y a Luis María Anson, director del diario ABC en Madrid, quien viajó especialmente a Valparaíso para participar en la película y que fuera gran amigo de Neruda, a quien conoció en Isla Negra en 1964”.
Manuel Mateos murió relativamente joven. Fue un socialista moderado, un hombre culto e inteligente, prestigioso director de cine, admirador de Pablo Neruda. Rendía homenaje diario a su poesía que recitaba imitando la cadencia fonética de su autor. Mantuve con él una amistad breve en el tiempo, profunda en el espacio cultural. La voz de Manuel Mateos todavía acaricia mis oídos en “Amiga, no te mueras”: “Yo soy el que te espera en la estrellada noche, sobre las playas áureas, sobre las rubias eras. El que cortó jacintos para tu lecho, y rosas, tendido entre las hierbas yo soy que te espera”.
Allí, en “La Sebastiana”, la casa de Pablo en Valparaíso, mantuve también largas conversaciones con Sara Vial, que me descubrió aspectos para mí desconocidos de la dimensión humana de Pablo Neruda, un hombre íntegro y bueno, que, cuando se sintió morir se despidió de su gran amor, Matilde Urrutia, mi amiga, mi inolvidada amiga. “Boguemos las antiguas cenizas del corazón quemado y allí caigan uno por uno nuestros besos hasta que resucite la flor deshabitada”.