La grandeza histórica del castellano y el catalán
Mariàngela Vilallonga, consejera de Cultura en el Gobierno de Joaquín Torra, la marioneta de Carlos Puigdemont, dice que el castellano es una lengua más entre las 300 que, según ella, se hablan en Cataluña. Ni a Mariàngela ni al señor Torra se les ha caído la cara de vergüenza ante tamaña demostración de incultura general. Más de la mitad de los catalanes tienen como lengua materna el castellano y el 31’5 % el catalán, según las cifras del Idescat.
En la época de la dictadura atroz del caudillo Franco, el amigo del duce Mussolini y del führer Hitler, la agresión a la bellísima lengua de Josep Pla fue constante. Frente al despropósito franquista, se alzó la voz de José María Pemán, presidente del Consejo Privado de Don Juan III, Conde de Barcelona, con un artículo inolvidable El catalán, un vaso de agua clara. Yo, que casi nunca he firmado nada que no sean mis artículos o mis libros, respaldé la posición de Pemán junto a varias docenas de escritores e intelectuales. Y desde hace muchos años estoy a la espera de que Pere Gimferrer gane para la lengua catalana el Premio Nobel de Literatura. El autor de Hora foscant es académico de la Real Academia Española y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, y entre sus versos encendidos arde siempre el mar.
La admiración por la lengua catalana no puede enlazarse con el rechazo al castellano, y mucho menos con el intento de eliminar su presencia en la vida cotidiana de Cataluña. Tres son los idiomas que conviene conocer en el mundo actual: el inglés, el español y la informática. Privar a los catalanes del conocimiento del castellano es atentar contra sus propios intereses, cuando una parte sustancial del comercio de Cataluña y de sus actividades culturales se desarrollan en las naciones iberoamericanas que se enorgullecen de proclamar en sus Constituciones el español o castellano como idioma oficial.
El inglés, igual que el latín en la Edad Media, es el gran idioma internacional. A considerable distancia figura el español que ocupa un sólido segundo lugar. Aún más, como idioma materno se ha situado en cabeza con los 580 millones de personas que se expresan, como primera lengua, en el idioma de Miguel de Cervantes y Jorge Luis Borges, de San Juan de la Cruz y Pablo Neruda, de Ortega y Gasset y Octavio Paz, de Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz, de Julio Cortázar y Federico García Lorca, de Benito Pérez Galdós y Gabriel García Márquez, de Valle-Inclán y Miguel Ángel Asturias, de Juan Marsé y Mario Vargas Llosa.
Mariàngela Vilallonga, la colaboradora de Joaquín Torra, además de desdeñar al castellano como una más entre las 300 lenguas que, siempre según ella, se hablan en Cataluña, se ha quejado enérgicamente de que, tanto en el Parlamento como en la televisión, dominada por la Generalidad, se hable demasiado español, como ocurre en la serie bilingüe Drama. Semejante despropósito forma parte del sectarismo con que una parte del Gobierno del presidente títere Joaquín Torra distingue a España y a todo lo español. El “España nos roba” se ha diluido entre las trapisonderías con que algunos dirigentes catalanes han esquilmado a su pueblo. Y el “tendríamos menos muertos con el coronavirus si fuéramos independientes”, se ha venido abajo ante la desastrosa gestión sanitaria que está haciendo la Generalidad, entre la indignación generalizada de un pueblo harto de histerismos y contradicciones.
El sectarismo secesionista no vacila en dañar los intereses de los catalanes en una región española, como Cataluña, que podría y debería ser naturalmente bilingüe, orgullosa de sus dos lenguas, del catalán y del castellano. Del catalán porque es la lengua histórica de un pueblo constructivo y ejemplar; del castellano porque es el segundo de los grandes idiomas internacionales.