La España de Stanley G. Payne
Hace más de 60 años, dediqué varios artículos en el ABC verdadero al debate entre Claudio Sánchez-Albornoz y Américo Castro. España, un enigma histórico agredía con sólidas razones y agria acritud a España en su historia. Hace unas semanas, analicé en esta página la monumental obra de José Varela Ortega: España, un relato de grandeza y odio.
Desde el máximo rigor histórico, el profesor Varela ha superado a Sánchez-Albornoz y a Américo Castro, adentrándose con profundidad y objetividad científica en el ser histórico de España. Sin la meditada lectura de las tres obras citadas, será difícil entender la significación real de nuestro país.
Me ha sorprendido la claridad expositiva y la lucidez vertebral de Stanley G. Payne. He concluido su libro En defensa de España con admiración creciente. El hispanista británico atina, a mi manera de ver, al subrayar los aciertos y señalar los errores de una Historia como la nuestra, albriciada entre las tres más relevantes de la Europa moderna y contemporánea.La máxima Glory, Gold and God, que resume el Imperio español, se agiganta con Carlos I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pero llega a su cénit, como apunta Payne, con Felipe II, al convertirse en Rey de Portugal en 1580. El Imperio español sumó a su vastedad, Brasil, Angola, Mozambique, varios territorios africanos más, Madeira, Goa, Damao, Diu, Timor y Macao. Reconoce el historiador británico que Francisco de Vitoria acierta al destacar en el Imperio español en América “las normas y preceptos necesarios para que se administrara más en beneficio de los propios indios…” que de los conquistadores.
Subraya Payne que en el siglo XVIII España acuñó como moneda básica en el Nuevo Continente el real de a 8. Fue la moneda más utilizada en Estados Unidos en los años de su independencia. “El famoso símbolo del dólar ($) –afirma el historiador británico– fue inventado por la primera contabilidad estadounidense como abreviación simbólica del real de a 8 y adaptado después como representación del dólar”. Durante buena parte del siglo XIX circuló en Estados Unidos “el dólar español”.
Payne apunta con asombro que la penetración española en América del Norte llegó incluso hasta Alaska. Visité hace muchos años las ciudades de Cordova y Valdez, fundadas por Salvador Fidalgo en aquel territorio, hoy Estado norteamericano. Las naciones, en fin, que formaron el Imperio español en América se independizaron por la acción de los propios españoles –los criollos–, “mientras que la población perteneciente a otras razas apoyaba el statu quo o se oponía a los criollos”.
Me ha admirado el rigor con que Stanley G. Payne estudia el auge y la decadencia española y, sobre todo, su análisis certero de una época que viví de cerca y que el historiador despeja de brumas e incertidumbres. Para Payne, el gran consejero de Juan Carlos I fue Torcuato Fernández-Miranda. Y eso que el historiador desconoce la entrevista secreta mantenida en Elvas entre Don Juan y el político ofendido por Franco, tras el asesinato de Carrero Blanco. Fernández-Miranda se dio cuenta de que Don Juan tenía razón, de que la Monarquía auspiciada por Franco resultaría inviable y que era necesario construir una Monarquía como la belga o la holandesa. El papel real de Adolfo Suárez fue el de peón del Rey, es decir, de Fernández-Miranda, y cuando quiso desprenderse del collar que le guiaba terminó escabechado sin piedad desde dentro del sistema. “En aquella etapa –escribe Fernández-Miranda– Adolfo me consultaba hasta las comas de sus discursos y declaraciones. Era el actor que yo necesitaba para presentar mi obra. Aprendía el papel con mucha rapidez, pero ignoraba las más elementales nociones del Derecho Público. No pensé que ambicionaría algún día la manumisión”. A las órdenes de Don Juan Carlos, Adolfo Suárez, que tenía carisma político, desempeñó con éxito su papel hasta que no quedó otro remedio que apartarle. Hoy se le elogia desde la izquierda para emborronar el protagonismo de Don Juan Carlos en el establecimiento de la democracia. Es el “¿contra quién va el elogio?” de Unamuno.
En defensa de España, en fin, me parece un libro excelente y de lectura obligada para todos aquellos que quieran tener una idea cabal y objetiva de la historia española.