Julia de Castro. Pallavicino y el debate sobre la prostitución
Ferrante Pallavicino no es un gran escritor. Tampoco desdeñable. Su novela La Taliclea, escrita con veinte años, no pasa de endeble. La cantante Bárbara Strozzi le rechazó y fruto de su desolación fue Sansone, donde brilla más su inteligencia que su calidad literaria. Su éxito, por el que todavía se habla de él, deriva de su enfrentamiento con la Iglesia Católica. La reflexión sobre la prostitución y su burla del jesuita español Cipriano Suárez, fallecido en 1593, 22 años antes de que naciera Pallavicino, le lanzaron al debate intelectual y a la fama. Frente a los tradicionales votos de los jesuitas propugnó que los tres de las prostitutas fueran: lujuria, avaricia y fingimiento. Se equivocó Pallavicino al enfrentarse con los Barberini (la poderosa familia del Papa Urbano VIII) y terminó juzgado y condenado. Lo decapitaron cuando no había cumplido los 40 años.
Julia de Castro es una actriz singular y distinta. Toca el violín con sorprendente calidad, canta con maestría, baila y escribe. Su estancia en la Academia Española de Roma le descubrió a Ferrante Pallavicino y su libro clave La retórica delle puttane. Lo ha publicado en castellano y ha dedicado a su autor un epílogo sorprendente por su sagacidad. Julia de Castro contrató a dos prostitutas para completar su información al enfrentarse con “el riesgo que implica abordar un tema insólito en el pensamiento feminista. El placer es una amenaza, especialmente para nosotras, y me gustaría saber por qué”.
Susana es una prostituta italiana que hace la carrera en Roma en bicicleta con su número de teléfono escrito en el trasero. Se declara ninfómana. Le encanta la sexualidad y disfruta con sus clientes. Nada ni nadie la obliga a hacerlo. Es su decisión, al margen por completo del proxenetismo.
Valerie habló en la presentación del libro de Julia de Castro en la Embajada italiana en Madrid. Me sorprendió su inteligencia y su facilidad de palabra. Ejerce la prostitución sin que tampoco la mediaticen ni empresarios ni proxenetas. Sabe que su oficio está socialmente rechazado. “Si dar
placer fuera una posibilidad de negocio para el género masculino…, la prostitución sería un trabajo que nadie cuestionaría”, afirma la prostituta. Julia de Castro se suma a esta idea y cita una frase certera de Valerie: “No existe libertad absoluta para nadie en el sistema capitalista, pero podemos hablar de nuestra capacidad de decisión”, cosa que no ocurre en otras profesiones. “De los 24’9 millones en trabajo forzoso, 16 millones son explotados en el sector privado…”. “Y 4 millones de personas se encuentran en situación de trabajo forzoso también impuesto por el Estado…” Ilona Staller, conocida como Cicciolina, defendió la legalización de la prostitución en el Parlamento italiano desde 1987 a 1992.
Julia de Castro repasa los distintos modelos que con variantes de consideración existen en Estados Unidos, Tailandia, Rusia, Holanda, Alemania, Suecia, Canadá y Francia. La única fórmula con la que está de acuerdo Valerie es la de Nueva Zelanda que ha despenalizado el trabajo sexual y ha tenido en cuenta la opinión de las prostitutas. No es el modelo perfecto, pero “es en el que las trabajadoras sexuales se sienten más escuchadas”.
Julia de Castro no se pronuncia acerca del debate abierto sobre si conviene o no legalizar la prostitución, aunque considera necesario amparar los derechos de las prostitutas. Por eso recoge certeramente la opinión de Jesús Álvarez, miembro de la Alianza Global contra la Trata de Mujeres: “Mucho del dinero que debería emplearse en luchar contra la trata y en atender a las mujeres que han sido explotadas se gasta en hacer campañas de sensibilización contra la prostitución”.