Fernando Jáuregui es uno de los nombres grandes del periodismo español. Ha disfrutado de éxito incontestable en periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales. Ceñido siempre a la actualidad ha sabido armonizar el juicio sagaz con la información precisa. Durante más de cuarenta años su presencia robusteció la vida nacional de forma incontestable. Autor de una veintena de libros -La derecha después de Fraga, Aznarmanía, Los secretos del nuevo periodismo o El Zapaterato, por citar algunos- Fernando Jáuregui ocupa, sin aspavientos ni presunciones, lugar destacado en la vida intelectual española.
No se podrá escribir en el futuro sobre el franquismo y la posterior democracia sin reflexionar sobre el ensayo histórico que acaba de publicar en Almuzara: Los abogados que cambiaron España. Para mí, que he vivido de lleno muchos de los acontecimientos por Jáuregui narrados, el libro ha sido un descubrimiento y me ha aclarado muchas cosas que permanecían turbias en el recuerdo.
El autor se refiere a los monárquicos que preocupaban al dictador, a Falange Española y sus veleidades de poder, al caso de mi inolvidado amigo Julio Cerón al que incorporé al ABC verdadero. Explica Jáuregui el asunto Galinsoga con las adherencias que crispaban la vida de La Vanguardia. Recuerda los elogios que Marcelino Camacho, líder de CCOO y colaborador durante muchos años del periódico que yo dirigí, dedicó a los abogados del Partido Comunista con mención especial para María Luisa Suárez Roldán.
Radiografía el autor a los Tácitos. Elogia con justicia a Jaime Miralles, siempre al lado de Joaquín Satrústegui, de Félix Cifuentes, de Pablo Martínez Ameida, del sobrino de Besteiro, Juan Antonio Zulueta, varios de ellos consejeros del Consejo Privado de Don Juan, todos con especial respeto a Miguel Ortega, hijo de Ortega y Gasset, también consejero privado del Rey en el exilio. Miguel afirmó tras conocer al heredero de Alfonso XIII: “Los que dijimos la Monarquía debe ser destruida debemos decir ahora la Monarquía debe ser construida”. Figura también en el libro de Jáuregui un laboralista que tuvo máxima repercusión posterior: Felipe González. Y se extiende sobre Pedrol Rius al que recuerdo siempre en la Trilateral donde conversábamos largamente. No faltan Tierno Galván ni Joaquín Ruiz Giménez ni García Trevijano ni Manuela Carmena ni Gregorio Peces-Barba ni Francisca Sauquillo ni Cristina Almeida... Especialmente sagaz es el capítulo en el que sintetiza un hecho poco subrayado: tras la muerte de Franco, la del franquismo. Fue el logro más relevante y menos recordado de la nueva democracia.
Mención aparte para el relato de los “siete días de enero”, la salvajada de Atocha. La abogacía se zafó entonces de las sombras políticas, situándose en el primer plano de la vida nacional. La vuelta de Tarradellas, la llegada de Pasionaria y de Rafael Alberti, el poeta inolvidado, premio Mariano de Cavia, la posterior década de convivencia Pedrol-González desfilan por este libro de Fernando Jáuregui que se expresa con una espléndida escritura clarificadora y certera.
Sobre todas estas cuestiones, hay al menos cien más tan interesantes, y entre ellas la significación que tiene para los abogados y la ciencia jurídica, la digitalización. Es verdad que los robots llaman ya a la puerta de la Justicia con consecuencias todavía difíciles de calcular. Pero la Humanidad vivió la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna, la Edad Contemporánea y estamos ya en la Edad Digital. Los sucesores de los abogados que cambiaron España se enfrentan ahora con una tarea hercúlea para que no se emborrone ni nuestra prosperidad ni, sobre todo, nuestra libertad, que es el cimiento del Estado de Derecho.