En el año 2050, la población de los Estados Unidos de América rozará los 400 millones de personas, de las cuales 106 millones serán hispanas. México, con sus 124 millones de habitantes, ocupa el primer lugar en el mundo entre los países hispanohablantes. La gran nación de Tennessee Williams y Emily Dickinson, está ya en segundo lugar con 55 millones de personas que hablan español. España se queda en un tercer puesto. Solo el 8% de las personas que hablan castellano, son españolas. Los hispanohablantes superan ya los 570 millones y, dentro de 30 años, alcanzarán los 750.
Frente a los 55 millones de hispanohablantes con que cuenta Estados Unidos, el chino mandarín, que es la segunda lengua extranjera en la primera potencia del mundo, apenas sobrepasa los 3 millones. Entre 1990 y 2016, el crecimiento porcentual de los estadounidenses que hablan español ha crecido en un 130%. Cerca del 20% de la población en Estados Unidos es ya hispana y entre los estudiantes de idiomas extranjeros, la lengua de Cervantes y Rubén Darío significa el 80%.
El director de la Real Academia Española subrayó todos estos datos incontestables en una conferencia que impartió el mes pasado en San Antonio (Texas). Gran éxito de Darío Villanueva, que vaticinó el bilingüismo en la primera nación del mundo. “Los lingüistas -explicó- diferencian entre dos situaciones distintas en lo que al contacto entre lenguas se refiere: el bilingüismo y la diglosia. Detrás del distingo están las relaciones de poder. Una cosa es la convivencia de dos lenguas en un plano razonable de equidad y otra cuando la lengua A, así denominada por los expertos, representa la riqueza, el poder y el prestigio social, mientras que la lengua B aparece subordinada como perteneciente a quienes también lo están en una determinada sociedad”. El idioma español supera ya la situación de diglosia en Estados Unidos y se instalará de forma inevitable en el bilingüismo en un plazo muy breve. En las elecciones de 2016, había ya 27,3 millones de hispanos con derecho a voto.
El inglés, como el latín en la Edad Media, es, y de forma arrolladora, el primer idioma internacional del mundo, donde existen 6.900 lenguas. Por el número de hablantes nativos, el español, en el entorno de los 500 millones, ocupa el primer lugar, porque el chino no es una lengua internacional y, además, está zarandeado por un enjambre de dialectos. Tras el inglés, el español es el primer idioma que se estudia en Japón, en Brasil o en la India, pero también en Suecia, Alemania o Austria. Casi todos estos datos están certificados en la prestigiosa publicación estadounidense The Ethnologue, Languages of the World.
Apena considerar, en fin, que solo en algunas provincias de España se denigra, se ningunea o se combate el idioma de García Lorca y Pablo Neruda, de Quevedo y Jorge Luis Borges, de Ortega y Gasset y Octavio Paz, de Pérez Galdós y García Márquez, de Pío Baroja y Mario Vargas Llosa, de Juan Marsé y Juan Rulfo. Claro que es razonable robustecer en nuestro país idiomas bellísimos o singulares como el catalán, el gallego o el vascuence. Culturalmente magnifican a España. Pero una cosa es la atención a los idiomas regionales y otra muy distinta y lamentable menoscabar la enseñanza o el uso del castellano. No solo por razones históricas y culturales, sino también por razones prácticas. A un catalán, a un vasco o a un gallego que quieran circular por el mundo y, sobre todo, negociar en América, el conocimiento del español les facilita el trato y robustece el prestigio. Negar esta realidad sería negar la evidencia.