"Aquí yace Misser de la Florida, / y dicen que le hizo buen provecho / a Satanás su vida./ Ningún coño le vio jamás arrecho. / De Herodes fue enemigo y de sus gentes, / no porque degolló los inocentes; / mas porque, siendo niños y tan bellos, / los mandó degollar y no jodellos". Este poema, "a un bujarrón" dedicado, forma parte de las célebres Poesías Picarescas de Francisco de Quevedo, ahora recuperadas -y enriquecidas- por Ricardo Llopesa para la colección Amaranta, de Visor. En esta misma serie se han publicado ya las Fábulas Libertinas, de La Fontaine; Sonetos lujuriosos, de Aretino; Cenizas y polvo, de Renée Vivien; Poesía licenciosa, de Espronceda; Oda a la vagina, de Clovis Hughes; u Hombres, de Paul Verlaine. El subtítulo a esta edición, Poesías satíricas inéditas, puede llevar a engaño: se refiere a un conjunto de poemas casi desconocidos, pero no inéditos, que ya habían sido publicados en 1873, aquella vez sí, como poesías picarescas e inéditas.
Se trata de unos poemas que rezuman vitriolo, sexo -casi siempre de pago- y mala leche, a través de los cuales se censura o desprecia aquello que al autor le parece inadmisible. Hay aquí versos contra todo, piezas que dan la medida de un carácter disidente, en claro desequilibrio con el mundo, y, como sello típicamente quevedesco, un desengaño atroz, descorazonador. Al amor, por ejemplo, se refiere el poeta así: ¿Qué fuerza tenéis vos, puerco mocoso, / hijo de una gran puta, remilgado, / dibujo de tal madre retratado, / mentirosillo, necio, cegajoso?"
"Una de las facetas más conocidas de la poesía de Quevedo -explica a El Cultural Ricardo Llopesa, también poeta, y experto en la obra de Rubén Darío, de quien ha publicado varios textos inéditos- es la satírica, pero también la menos comprendida en los ámbitos académicos, por considerarla al margen de los principios morales".
El autor de los Sueños, nos dice, no ha esquivado todavía la censura de quienes anteponen, aun hoy, la ética a la estética. Su obra no ha sido capaz, del todo, de absolver a su persona, acaso porque aquella se inunda continuamente de esta, de la que se alimenta. Sostiene Llopesa que esta nueva edición, que "recupera" veintiún sonetos que el profesor José Manuel Blecua no había incluido en sus Obras Completas del autor de El Buscón, era necesaria. Quevedo, asegura, sufre la incomprensión académica: "Esta edición es una propuesta que quiere llegar al lector normal con el mensaje de que Quevedo es el poeta clásico, de nuestro glorioso Siglo de Oro, al que debemos leer". La segunda frase del prólogo es concluyente: "No existe poeta, ni antes ni después -pienso en Lope y en Góngora- que le supere". ¿Está usted seguro?, le preguntamos. "Lope y Góngora fueron dos genios. Lope fue el superlativo de la abundancia y Góngora de la concreción. Quevedo, con más modestia, fue el genio que supo captar la otra cara de la hipocresía. Su poesía picaresca dibuja lo que había detrás de la corte, el convento y la sociedad. Supo captar la realidad de su época y dejar un testimonio social. Su genio destaca por haber incorporado a la poesía el lenguaje de jerigonza que hablaron los capos mafiosos. Ni Lope ni Góngora formularon una propuesta que llegara a desarrollarse en nuestro siglo. Sus jácaras o jacarandinas son modelo de lengua de germanía".
Cita Llopesa, aquí, a Jorge Luis Borges, que elogió precisamente este rasgo, esta universalidad castellana del poeta del Siglo de Oro así: "Nadie como él ha recorrido el imperio de la lengua española y con igual decoro ha parado en sus chozas y en sus alcázares. Todas las voces del castellano son suyas y él, en mirándolas, ha sabido sentirlas y recrearlas ya para siempre".
Quiere ser este libro un amplio muestrario de una faceta muy concreta de nuestro autor: la de poeta polemista, la de hombre a contracorriente ("incorregible anarquista", le llama Llopesa) que sufrió un generoso castigo por su dislocación: "Hay que recordar que él compone sus poemas en el seno de una sociedad abatida por la Inquisición, lo que demuestra la enorme personalidad de quien se aparta del canon establecido por la ortodoxia para decir lo innombrable, lo prohibido".
Llopesa recuerda que, por sus ideas, "Quevedo padeció las mayores penurias; y eso que era un señor de la corte". Un escritor al que asediaron con libelos -él hizo, a menudo, lo mismo- como el que Juan Pérez de Montalván, uno de sus mayores enemigos, publicó en 1635 bajo el seudónimo de Licenciado Franco-Furt. El título es pura elocuencia: El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de D. Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático en vicios, y proto-diablo entre los hombres. Cuatro años después, el poeta fue detenido y conducido desnudo y a pie, en pleno invierno, de Madrid a León, donde cumplió condena de dos años en el convento de San Marcos. "Un poeta escribe el libro de su propia vida -dice su entusiasta editor-, y Quevedo, con esta vida, sólo podía escribir la pasión de vivir".
Veintiuno, decíamos, son por tanto los poemas (casi) desconocidos para el público español que aparecen en este volumen encuadernado en tapas de color verde fosforito, algunos de los cuales se reproducen a continuación, al final de esta nota. Todos estos sonetos, atribuidos a Quevedo, llegan ahora al lector tras una dura batalla; "¿Contra quién?", se pregunta retóricamente Llopesa; y se contesta a continuación: "Jamás contra el lenguaje, que les dio paternidad".
1
Segundo paje diz que tienes, puta,
Y según que de puta tienes fama,
más pajes, que no pajas en la cama,
tendrás, según te muestres disoluta.
¿Por qué nos das al vulgo nueva fruta,
Pues que ya todo el mundo lo reclama,
Y eres fregona transformada en dama,
Aunque la principal te ha enviado astuta?
Vuelve, resuelve, reconoce y mira
los sodómicos jóvenes que has muerto,
al escribano, sastre y al danzante.
Y pues que mi verdad haces mentira,
no quiero flores de tan puto huerto
cogidas en creciente ni menguante.
2
No te quejes, ¡oh Nise!, de tu estado,
aunque te llamen puta a boca llena
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.
Dido fue puta de un audaz soldado
y Cleopatra a ser puta se condena,
y el nombre de Lucrecia, que resuena,
no es tan honesta como se ha pensado.
Esa de Rusia emperatriz famosa
que fue de los virotes centinela,
entre más de dos mil murió orgullosa.
Y pues que ya te lo dan tan sin cautela,
haz tú lo mismo, Nise vergonzosa,
que aquesto de honra y virgo es bagatela.
3
Soñaba una doncella que dormía
con un galán que amaba tiernamente,
y que él en todo andaba diligente
y descuido ninguno no tenía.
Ella, aunque mal, al fin, se resistía,
diciendo: "¿Qué dirá de mí la gente?"
En efecto, cumplió con su accidente,
dando los dos remate a su porfía.
El galán la besaba y la abrazaba,
con más calor que un encendido leño;
lo dulce a derramar no comenzaba,
cuando despertó, y dijo al sueño:
"Durar un poco más, ¿qué te costaba,
pues para mí era gusto y no pequeño?"
4
Con razón al silencio llaman Sancho
por lo que a veces el callar conviene;
pero también hay cosas donde tiene
más donaire y primor no callar tanto.
Dígole, Laura, porque causa espanto
a quien, cual yo consigo, se entretiene
ver que cuando del gusto el rato viene
callas y no te mueves más que un canto.
¿Por qué de hablar te privas, pues me tratas?
Calla en misa y en sermón del dominico,
calla en la calle si pretendes fama.
Mas entonces no calles, pues me matas.
Ten aquel rato, pues te pico, pico,
que hable y se mueve más que tú la cama.