Al fundador intelectual de la II República le llamó Besteiro en julio de 1936 para decirle que se exiliara de España porque los milicianos “republicanos” le iban a asesinar. El filósofo era demasiado inteligente para no tomarse en serio la advertencia y salvó la vida. Melquiades Álvarez decidió quedarse y los “republicanos” le dieron el paseo.
Emilio García Gómez, el sabio soleado de lorcas, machados y otros benkuzmanes, me dijo un día mientras paseábamos ante los budas de Bamiyán en aquel Afganistán del Rey Zahir y la nostalgia: “Nadie en la historia de España ha tenido tanta influencia sobre su época como Ortega y Gasset”. Y añadió: “Hablaba siempre desde el Olimpo pero todos aceptábamos que compartíamos conversación con Zeus”.
He calificado a Ortega y Gasset muchas veces como “la primera inteligencia española del siglo XX”. Periodista sagaz, ensayista excitante, filósofo profundo, el autor de La rebelión de las masas era sobre todo un escritor inconmensurable al que una buena parte de los intelectuales de su época y de sus sucesores ha robado adjetivos y metáforas aunque nadie haya sido capaz de plagiar la claridad de su construcción sintáctica.
Así es que he leído la biografía de Jordi Gracia: sobre Ortega y Gasset con indeclinable interés. No se trata de un panegírico, mucho menos de una hagiografía. Estamos ante un ensayo crítico en el que se elogia, se disiente, se zurra, se acaricia, se admira a Ortega como intelectual y a Ortega como persona. No sé cuál de los dos sale más golpeado pero el resultado de tanta acidez es que el lector termina el libro con la admiración robustecida por el filósofo y por el hombre.
Jordi Gracia desmitifica a Ortega a través de un arsenal de documentos. Denuncia la automitografía del filósofo pero no puede desmontarle del everest que escaló por encima de Unamuno, de Marañón, de Pérez de Ayala, de Zubiri, de Azorín, de Américo Castro, de Juan Ramón, de Menéndez Pidal, de Fernández de los Ríos, de Joaquín Costa y de todos los grandes de una época dorada que tardará mucho en regresar.
Jordi Gracia desvela, dentro de la ingente obra de Ortega, que desmenuza con el mismo ahínco que su vida privada, algo de especial interés para mí: su esfuerzo por hacer de la historia una ciencia adulta, idea que seguramente le surgió tras la lectura de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler. Los zarpazos contra sus enemigos, según explica Gracia, se multiplicaron con el tiempo. “Aunque viejo -escribe Ortega- no tendré más remedio que librar alguna escaramuza de juventud”. Y se ensaña contra “algunas sabandijas periodísticas”, como en su día lo hizo contra Menéndez Pidal del que decía, según me contaron algunos de sus amigos, que era “medieval y medio tonto”.
A Toynbee le fustigó también, a mi manera de ver injustamente. Le consideró siempre lejos del “mar de los principios últimos” porque “su navegación es de cabotaje”. Le acusó de “impertinentemente arbitrario” y de que asfixiaba al lector con “tufaradas de fanatismo”. El episodio Toynbee, en todo caso, es completamente menor. Ortega consideraba que los gigantes eran Husserl y Heidegger y que él escribía en español pensando en varios países europeos y americanos, lo que condicionaba su escritura. Por eso fundó la Revista de Occidente para incorporar a la meditación española, colonizada por la cultura francesa, el pensamiento de las otras culturas grandes del mundo occidental. Eso lo explica muy bien José Varela Ortega en Años de esperanza y catástrofe, un ensayo sobresaliente que Gracia no cita y tal vez no conoce. La España decrépita, parásita y vieja de la denuncia orteguiana fue devorada por el Saturno revolucionario, según la expresión de Azaña. Varela describe el Madrid del último semestre de 1936 de forma estremecedora.
Aparte la gran biografía de Javier Zamora, Jordi Gracia ha escrito, en fin, un libro excelente, de imprescindible lectura si se quiere entender a Ortega y Gasset en su dimensión completa de hombre e intelectual. A pesar de que muchas de sus afirmaciones son discutibles, el balance del esfuerzo investigador de Gracia resulta positivo. Y me alegra saludar desde esta Primera Palabra un libro importante por su seriedad y sentido crítico. No era fácil desmitificar al mito y Jordi Gracia lo ha hecho, robusteciendo a la vez la obra de un talento que ha condicionado el pensamiento del siglo XX en España, en Europa y en América.