Echanove en la Plataforma
Con Plataforma ha llegado a Madrid el teatro pansexualizado. Para Houellebecq, todo en la vida es sexo y sólo sexo. No son pocos los que comparten esa idea, sobre todo en un sector de las nuevas generaciones. Henry Miller, al que conocí en Formentor, hubiera disfrutado con el soberbio montaje provocador de Calixto Bieito, bien ayudado por Marc Rosich. Desde un nihilismo feroz, Houellebecq, novelista con más ideas que escritura, reduce la vida de la Europa occidental, hoy, al descarnado hedonismo, Rómulo Augústulo redivivo. El ciudadano gris, el de trabajo sin relieve, sólo se ve compensado por el alcohol siempre, la droga a ráfagas, el sexo permanente. Media docena de pantallas de televisión emiten sin cesar, sobre el escenario del Bellas Artes, imágenes de porno duro. Las cabinas de peep-show, el hard-core monótono y fatigoso, hacen de telón de fondo durante toda la representación.
Para Houellebecq, para Michel, el protagonista de la novela/comedia, no existe la descarga del amor espiritual, la alegría de la investigación científica, el fulgor de las manifestaciones culturales, la elevación de la música, el sentimiento religioso, la piedad aleccionadora de las teresas de Calcuta. Lo único que cuenta en el mundo es la orgasmia. “Lo más parecido a Dios que he encontrado es el coño de una mujer”, dice, delicadamente, Michel. La procacidad se ha convertido en su entorno acogedor. Se masturba reiteradamente en escena. Exige a su novia que le haga una felación. Como la sociedad actual ha roto ya todos los tabúes y no queda nada por transgredir, se suma a los tríos, a las orgías, al mènage a quatre que su amante le ofrece con una pareja negra. “Mi entusiasmo por los coños es una de las pocas características humanas que me quedan”. Harto de todo, Michel desprecia al Occidente con toda su alma y cree encontrar su paraíso de sexo y follajes varios en el Oriente tailandés.
Y allí se va primero expectante, para regresar después con la organización de un superburdel que sintetiza la vida tal y como él la entiende. Houellebecq cree que la gran amenaza contra el mundo occidental y el único placer posible, el sexo desenfrenado, es el islam. Frente a un Occidente degradado y decadente, el fundamentalismo islámico se apunta una victoria tras otra. Una bomba terrorista, en fin, destroza el superburdel y, con él, la forma de vida occidental en versión Houellebecq. El islam, en fin, contra Occidente.
Y llegamos en ese momento al punto cumbre de esta maravilla teatral que es Plataforma: el monólogo de Juan Echanove describiendo el escenario atroz del atentado, los cuerpos despedazados, la sangre derramada, los descuartizados miembros, las vaginas holladas, los pechos aplastados, los montes de Venus yertos entre labios desangrados. Hacía mucho tiempo que no contemplaba yo en el teatro español una interpretación como la de Juan Echanove. El actor no tiene que envidiar ni a Fernán Gómez ni a José Sacristán ni a José Luis Gómez ni a Rodero... De principio a fin, Echanove, agigantado, es un prodigio de autenticidad. El tedio, la pasión, la ira, la tristeza, la perturbación, el sarcasmo, la crueldad, todo, todo está en su palabra y en su gesto, en su expresión corporal y en su dicción, sin una exageración, sin una escena sobreactuada, sin un fallo. Ciertamente le acompaña eficazmente la altiva dirección de Bieito, la provocadora escenografía de Flores, la velada iluminación de Clot, la interpretación de Canut, de Ràfols, de Boris Ruiz, de la espléndida Marta Domingo y de un Lluís Villanueva que borda su personaje de naturalidad y bien hacer.
Y, sobre todo, Belén Fabra. Ella es el espíritu que se pasea ingrávido a lo largo de toda la obra como contrapunto a la procacidad desmesurada. Belén Fabra tiene los ojos transparentes y una mirada intensa que llena el escenario de principio a fin de la obra. Es el sosiego, la moderación, la serenidad. Su voz impostada acaricia. Parece que canta cuando habla. Parece que habla cuando canta. Es una formidable actriz que cierra la interpretación estremecedora de Juan Echanove en el soberbio espectáculo de Plataforma. Una comedia, en fin, que coloca a Madrid en la vanguardia teatral del mundo y que, pornos duros y otras ingenuidades aparte, constituye un regalo para todos.
ZIGZAG
¿Un libro para este fin de semana? Dos: Picasso y sus mujeres y Picasso íntimo, de Antonio D. Olano. El gran periodista ha retratado con una escritura excelente, por cierto, al Picasso verdadero. La anécdota y la categoría se funden en estas dos obras en las que el autor ha volcado sus vivencias cerca de Picasso para conducir al lector por los laberintos del alma del genio. La inagotable bibliografía picassiana se enriquece con dos libros imprescindibles. Yo no he disfrutado ni de la amistad ni de la intimidad de Picasso como Olano. Estuve con él en dos ocasiones y mantuve largas e interesantes conversaciones. Puedo afirmar que el Picasso que yo conocí es el que certeramente dibuja Antonio D. Olano en sus dos libros admirables. Así era el genio con todas su virtudes, que eran muchas, y todos sus defectos, que no eran pocos. Pero Picasso, junto a Churchill, junto a Chaplin, junto a Einstein, junto a Stravinsky, junto a Heidegger, junto a Juan Pablo II, junto a Le Corbusier, junto a Gandhi, es uno de los hombres que moldearon el siglo XX, quizá el genio de más relieve de aquella centuria apasionada que se ha quedado irremediablemente atrás.