Qué grata sorpresa la publicación de una nueva novela de Álvaro del Amo. La acaba de publicar Shangrila, y se titula Concepción (novela cinematográfica). Me puse a leerla, quedando enseguida capturado por un intrincado mecanismo narrativo en el que vuelven a relucir las notables dotes de Del Amo, uno de los escritores españoles más interesantes, originales y refinados entre los que emergieron en la procelosa década de los años 80.
Durante los 90, Del Amo fue consolidando un bien ganado prestigio de rara avis, de autor de culto rodeado de la devoción de un círculo cada vez más amplio de admiradores. ¿Qué pasó para que, dos décadas después, sea un autor poco menos que secreto? Responder cabalmente a esta pregunta llevaría a consideraciones y a especulaciones que escapan a los alcances de una columna como esta.
El caso es que Del Amo (Madrid, 1942), que debutó como narrador en Anagrama, publicó bajo este sello títulos como Libreto (1985), Contagio (1991), En casa (1992), novelas minúsculas pero casi incomprensiblemente cargadas de historias, de vuelos estilísticos, de enredos fabulosos, de expectativas a menudo burladas. Eran sorprendentes y abarrotadas miniaturas: novelas bonsái, como las califiqué en su día.
En 1993 quedó finalista del premio Herralde con El horror. En 1998, todavía en Anagrama, publica Incandescencia, una soberbia colección de relatos. Pero ya los libros siguientes, no menos atractivos, los publicó Del Amo en otros sellos menos conspicuos: Debate, Alianza, Menoscuarto, con el consecuente desdibujamiento de su insólita trayectoria.
Me ha extrañado observar que en este nuevo libro, en la solapa dedicada a dar noticia del autor, apenas se hace mención a esta carrera de narrador que evoco aquí sumarísimamente. Se deja constancia de las facetas de Del Amo como autor y director de cine y de teatro, como guionista, como libretista de zarzuela, como crítico y ensayista. Pero sólo se cita la novela Cinefilia (Debate, 2001) como antecedente de esta última.
Sería un error imperdonable que la historiografía literaria echara en el olvido a un autor como Del Amo, que mantiene intacto todo su interés
Sería un error imperdonable que la historiografía literaria echara en olvido a un autor como Del Amo, que mantiene intacto todo su interés y su aliciente, toda su originalidad y su valía. Otra cosa es que él mismo, ya desde mucho antes de debutar como novelista, haya incursionado acaso con más convicción en otros ámbitos por los que se sintió atraído desde sus comienzos, desarrollando modalidades de escritura no estrictamente literarias, y distrayendo así la atención y la dedicación que reclama la profesión de narrador.
Alguna vez he sugerido –y estoy dispuesto a sostener tan peregrino término de comparación, hechas todas las salvedades– que, de habérselo él propuesto, Del Amo podría haber sido “nuestro” César Aira, por decirlo de un modo estentóreo. Si el lector de esta columna no ha tenido ocasión de curiosear antes en su obra, tiene ahora una buena oportunidad para hacerlo, nunca es tarde.
Concepción despliega muchos de los talentos de Del Amo, empezando por el diseño de una “instalación narrativa” que atrae al campo magnético de la literatura la mitología y el encanto evocador y pregnante del cine. En apenas un centenar y medio de páginas se deja oír aquí, entre un puñado de lúcidas y certeras “lecciones cinematográficas”, el zumbido de todo un enjambre de historias, de asociaciones inesperadas, de motivos recurrentes –la infancia, los desencuentros, la traición, los roles amorosos, los poderes de la imaginación y de la casualidad–, que se amalgaman en un artefacto de sorprendente enjundia, dada su ligereza. Todo ello servido en una prosa nítida, tersa, eficientísima.
En el personaje de Juan Jacobo, por otro lado, un crítico de cine que imparte cursos y conferencias sobre Cinematografía Comparada, parece lícito entrever, velado por la ironía, una borrosa contrafigura del mismo Del Amo, que a sus 80 años acredita una envidiable vitalidad.