La revista Ínsula ha dedicado su número de marzo a la figura y a la obra del profesor Francisco Rico. El número monográfico ha sido coordinado por dos aventajados discípulos suyos, Gonzalo Pontón Gijón y Fernando Valls, y en él participa una brillante pléyade de estudiosos que han respondido sin dudarlo a la convocatoria de lo que, antes que un homenaje —“no podría serlo, ante todo, por la tozuda negativa de Rico”—, se postula como una caracterización y un balance colectivo de “las facetas más relevantes de su trayectoria intelectual”.
El nivel de las contribuciones reunidas, todas excelentes, es proporcional al de la categoría de sus firmas, un florilegio de la mejor academia europea: José-Carlos Mainer, Lola Badia, Enrico Fenzi, Juan Gil, Luis Gómez Canseco y Roger Chartier, además de los dos coordinadores del número y de Daniel Rico.
En las páginas finales, se deja lugar a una apretada piña de breves testimonios y tributos, en la que concurren los nombres de Félix de Azúa, Victoria Camps, Javier Cercas, Paloma Díaz-Mas, Daniel Fernández, Inés Fernández-Ordóñez, Jordi Gracia, Jacques Joset, Eduardo Mendoza, Alberto Montaner, Joaquim Palau, Lluís Pasqual, Gonzalo Pontón, Domingo Ródenas, Santos Sanz Villanueva, Guillermo Serés y Darío Villanueva.
Despistando a muchos con su personaje —el de profesor sabihondo, intemperante y metomentodo—, Francisco Rico ha desplegado un amplísimo magisterio
Con ser tan diverso y plurigeneracional, el listado apenas consigue ser representativo de los múltiples ámbitos —académico, editorial, literario, filosófico, periodístico, artístico, incluso político— en los que la personalidad y las intervenciones de Rico han establecido fértiles conexiones e impreso su huella.
En las fotografías que ilustran el número se ve a Rico en compañía de personalidades como Borges, Octavio Paz, Claudio Guillén, Lázaro Carreter, Domingo Ynduráin, Calasso, Umberto Eco, Juan Benet, Javier Marías... Sería innumerable el elenco de grandes y admirables maestros ya fallecidos —algunos de ellos homenajeados por el propio Rico en uno de sus últimos y más hermosos libros: Una larga lealtad (Acantilado)— que gustosos se hubieran sumado a la iniciativa de reconocer y agradecer una tarea inmensa, el brillo de una inteligencia y de una sabiduría verdaderamente excepcionales, así como la calidad y la elegancia de una prosa ensayística que insisto siempre en elevar a las alturas máximas de la prosa castellana, en cualquier época.
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Despistando a muchos con su personaje público —el de profesor sabihondo, intemperante y metomentodo—, Francisco Rico, siempre riéndose por dentro, ha desplegado un exigente pero amplísimo magisterio que ha dado por fruto a algunas de las más destacadas lumbreras de la filología española hoy en activo. Su curiosidad insaciable lo ha movido a adentrarse, siempre con fortuna, en ámbitos muy diversos del saber.
Máxima autoridad en autores como Petrarca, Nebrija o Cervantes, en materias tan remotas como el primer siglo de la literatura europea, el humanismo o la novela picaresca, lo más asombroso de su legado es su extraordinario trabajo de divulgación, su constante empeño en desbordar los cauces de la erudición y, sin rebaja alguna del nivel alcanzado, acercar al lector más común a los clásicos. En esta dirección, sus empresas como impulsor e ingeniero de importantes colecciones y antologías resultan casi tan admirables como los impecables artículos, estudios y ensayos en que, de manera a menudo provocadora, aventurera en el mejor sentido pero siempre rigurosa y accesible, ha releído la tradición, injertándola de sensibilidad contemporánea.
Por lo demás, en este número de Ínsula las contribuciones de Roger Chartier y de Gonzalo Pontón Gijón discurren oportuna y concienzudamente sobre la impagable faceta de Rico como editor él mismo de textos clásicos, sobre el desarrollo y fomento por su parte de una ecdótica destinada a “acercar la obra de la mejor forma posible a cada tiempo y a cada lector” (Pontón), tarea en la que con denodado esfuerzo ha sembrado metodologías y modelos que sólo cabe desear que germinen y prosperen.