Creo —disculpen si me equivoco— que no se ha reseñado en esta revista una novelita sobre la que merece la pena llamar la atención. Me refiero a Las perfecciones, del italiano Vincenzo Latronico (Roma, 1984), publicada por Anagrama la pasada primavera. La leí pensando que era una novela sobre el Berlín contemporáneo, más o menos hipster, si es que cabe emplear aún este término enmohecido.
Pero lo que me encontré es mucho más, algo bastante imprevisible en un narrador aún joven, que escribe sobre su propia generación, sobre su propio estrato social, sobre la ciudad misma en la que vive; me encontré con un soberbio retrato de época trazado con una escritura educadísima, gélida, objetiva, de acerado laconismo; con una narración impecable e implacable, como un cuchillo de diseño, e igual de afilada; con un texto ejemplar por su contención, por el sabio manejo de su tono distante y neutro, por su impasible crueldad.
Latronico declara haber concebido su novela como un homenaje a Las cosas de Georges Perec. Y hay que aplaudir el rigor y la honestidad —la humildad, también— con que cumple su propósito, replicando a la perfección, más de medio siglo después, el modelo escogido, que acierta a actualizar espléndidamente. La lectura en secuencia de las dos novelas, igualmente breves e incisivas, constituye un muy recomendable ejercicio comparativo que da cuenta, entre otras cosas, de cómo ciertos planteamientos narrativos, convenientemente empleados, pueden cobrar renovada vigencia.
'Las perfecciones' de Latronico es una narración impecable e implacable, como un cuchillo de diseño, e igual de afilada. Un texto ejemplar por su contención
El cine nos brinda con relativa frecuencia operaciones de este tipo, con sus incesantes y casi siempre decepcionantes remakes de obras maestras del pasado. En el campo de la novela, esta tentación del remake —que no es lo mismo que el plagio, que conste— da lugar a muchas menos intentonas, y es muy raro que dé resultados tan afortunados.
El caso es que para el texto de cubierta de Las perfecciones habría servido, casi palabra por palabra, el mismo que figura en la de Las cosas, también publicada por Anagrama.
Hagan la prueba si no, y juzguen quienes hayan leído la novela: “una pareja de jóvenes pequeñoburgueses… sueñan con una existencia arropada de objetos exquisitos y elegantes… La sociedad de la opulencia les seduce con los signos de una vida refinada y garante de una tradición de buen gusto… Sueños de una existencia dichosa y prometedora, creados por una sociedad tentacular que fomenta expectativas artificiales en quienes no pueden satisfacerlas, que a la postre les precipitan en una encrucijada en que el tener promete el ser, en que la necesidad de belleza y perfección les lleva a alienarse de sí mismos... una aguda e irónica radiografía de la sociedad de consumo y, en particular, de la mistificación del confort y de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortante banalidad propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles…”.
Algunos de ustedes se preguntarán: “Y bueno, si es tanto así, ¿qué sentido tiene repetir la fórmula, y hacerlo encima con la misma monserga?”.
A la vista queda la respuesta. Y es que, cuando la realidad se replica a sí misma, cabe replicar también sus modos de representación y de crítica, siempre y cuando atiendan —como hace Vincenzo Latronico con fina perspicacia— a las inevitables variantes históricas, sociales, políticas, estéticas. Por otra parte, solo con nuevas palabras cabe reconocer que lo que damos por nuevo sigue siendo lo mismo.
¿Cómo demonios iba la Generación Millennnial a reconocerse en una novelita del año 1965 nada menos que retrataba a sus abuelos? Con aquellos mimbres, en cambio, Latronico (qué buen apellido) ha escrito —con acierto lo decía en la revista La Balena Bianca un jovencísimo Niccolò Amelii— “el epitafio de todo un imaginario generacional”, el mismo del que Latronico participó.