De Sebastiaan Faber (Ámsterdam, 1969) ya les he hablado alguna vez. Es un hispanista holandés emigrado a Estados Unidos, donde es catedrático de Estudios Hispánicos en Oberlin College (Ohio). Es especialista en la memoria y representación de la guerra civil española, y lo sabe todo –lo que se dice todo– sobre las Brigadas Internacionales. Es además un comentarista agudo y desenfadado de la política y la cultura españolas de actualidad, que observa con la ironía que le procuran la distancia y su talante afable y sonriente.
Faber publicó a comienzos del año pasado Franco desenterrado: La Segunda Transición española (Pasado & Presente), un libro de entrevistas en torno a la presente coyuntura política y sobre la pervivencia del franquismo –no sólo de sus símbolos– en la sociedad española. Más recientemente, ha publicado un ensayito breve y arrojadizo, muy enjundioso y divertido, que recomiendo mucho: Leyendas negras, marcas blancas. La malsana obsesión con la imagen de España en el mundo (Escritos Contextatarios).
Echando mano de su experiencia como hispanista, Faber diagnostica una auténtica paranoia por lo que respecta a la imagen que una buena parte de los españoles piensa que se tiene de España en el extranjero. El asunto reúne abundantes tintes cómicos, pero también otros preocupantes, por cuanto ha tenido y sigue teniendo, como sostiene Faber, “efectos políticos y culturales nefastos”.
La suspicacia y la susceptibilidad respecto al modo en que España es vista en el extranjero penetra a buena parte de la 'intelligentsia' española
Que un partido como Vox proponga “un plan integral para el conocimiento, difusión y protección de la identidad nacional y de la aportación de España a la Civilización y a la Historia universal, con especial atención a las gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales” puede considerarse anecdótico. Que un partido como Ciudadanos contemplase en su programa “revertir la interpretación en ocasiones gravosa y negativa del papel que España ha protagonizado en la Historia” sugiere que la paranoia alcanza cotas alarmantes.
El asunto va mucho más allá de los resabios joseantonianos que prevalecen en la fraseología empleada por los políticos españoles, tanto de derechas como de izquierdas; más allá también de los delirios imperiales de académicos y ensayistas de fortuna como María Elvira Roca Barea. La suspicacia y la susceptibilidad respecto al modo en que España es vista en el extranjero penetra a buena parte de la intelligentsia española, como demuestran algunas perlas cosechadas por Faber de boca de autores como Luis García Montero, Antonio Muñoz Molina o Javier Cercas.
Nadie duda de la circulación de clichés sobre España y su pasado, a veces negativos, como los que circulan, en España y fuera de ella, de tantos otros países. Lo que resulta sorprendente es la desproporcionada dimensión que tantos españoles atribuyen a esos clichés. Y la penosa réplica que ofrecen a esos clichés tantas y tan deprimentes manifestaciones de lo que Ferlosio llamaba “la españolez”.
Faber califica de “obsesión malsana” los intentos de promover una “marca España”, que se suelen saldar con iniciativas sonrojantes, como ese elenco anual de “embajadores honorarios de la marca España” seleccionados por el Foro de Marcas Renombradas Españolas (creado por el PP en 1999), entre los que se hallan Amancio Ortega, Ferran Adrià, la revista ¡Hola!, Almodóvar, el Real Madrid, Plácido Domingo, Antonio Banderas, Iberia, Cáritas, los Botín (padre e hija) y Andrés Iniesta.
Ya no el protagonismo, sino la sola vigencia de un debate sobre la “imagen de España” en el mundo constituye un rotundo éxito de la derecha en el desarrollo de esa supuesta “guerra cultural” que vendría intensificándose en los últimos años. Faber advierte oportunamente de sus peligros y consecuencias.
Como él mismo declaraba en una entrevista, “la idea de que España está siendo minusvalorada o despreciada o desdeñada injustamente en el mundo es infantil y ombliguista”, y sólo sirve como arma en una lucha política de puertas adentro, para competir en españolidad.