Un año y tres meses, esa expresión que suena a condena, da nombre a la narración poética de la enfermedad y muerte de la persona amada, quien, a nadie se le oculta, siendo el autor el reconocido poeta Luis García Montero (Granada, 1958), director del Instituto Cervantes, se trata de la novelista Almudena Grandes, fallecida el noviembre pasado, y para lectores despistados unas palabras suyas figuran como cita inicial del libro.
Narración de la enfermedad y muerte que da lugar, por tanto, a una elegía, un tipo de poema que en la lapidaria definición de El Pinciano en su Philosophía antigua poética es “todo poema luctuoso y triste”. Sin duda estos poemas tienen esas características. Pero hay que añadir que la elegía, ya desde el período clásico y también en la actualidad, incluye en muchas ocasiones el cántico del amor, y este es el caso de Un año y tres meses, que supera la definición reduccionista citada.
Celebración de amor y muerte se despliegan en un conjunto de poemas en los que la memoria actúa como fuente del discurso, evocación del tiempo compartido y también como bálsamo para quien ha perdido a la persona amada. Lo dicen bien claro los últimos versos del poema final y homónimo del libro: “una historia de amor, / este año y tres meses, / estos días finales que ya son, / ahora, recordados, / los más felices de mi vida”.
Pese al diagnóstico del cáncer, el tratamiento, la quimio y sus consecuencias, el deterioro del cuerpo, ese tiempo es, en el recuerdo, en la escritura, el de los días “más felices de mi vida”. Felicidad de la entrega amorosa a la enferma, a sus cuidados, todo dice la dicha de ese terrible tiempo que el amor transmuta en felicidad.
La vida de dos que se ha hecho vida común, “Me das tus sueños al vivir los míos. / Te doy mis sueños al guardar los tuyos. / Historias que se enlazan como cuerpos”, y que ahora continúa como vida doble en el recuerdo que trae escenas del pasado, el encuentro en un congreso de escritores, el viaje a las ruinas de Cartago: “Estabas de seis meses” y entonces “Cada latido de la luz / formaba parte de nosotros”.
Pero también los poemas rememoran ese otro tiempo de la felicidad de la herida. La visita al hospital –a la que se superponen imágenes de una ciudad en guerra, de “la rebeldía de la gente anónima / en una dictadura”– hará que el sentimiento personal se haga, en una proyección tan típica de los románticos, cósmico y se diga que “Con pocas fuerzas hoy, / el cielo de Madrid nos mira triste”, o se da noticia de “la Navidad sin cabellera […] la extraña forma de despedir el año / cuando el amor pasó por el quirófano”.
De todo ello, se dice y se reitera en el poema final, “No me quejo”, el sufrimiento no ha sido en vano por cuanto estuvo, y está, teñido por el amor en la vida y después de la muerte.
Una muerte que se sabe está por llegar, “Todo es presentimiento de lo que no sucede”, y que altera la visión de la realidad, en un viaje en avión, el sujeto llega a decir que “Es un avión de muertos” y en otro de los poemas se lee que la muerte “Me rodea […] lo mismo que la sombra que me sigue / por esta calle solitaria, / la calle que soy yo”. Libro luctuoso y triste, sí, pero al tiempo libro lleno de luminosidad, la del amor, la de una experiencia por la que, dice el poeta, “comprendí el argumento de esta historia”.
Amor de siempre
Supongo que este modo de sentirse
definitivamente hundido
es una forma mía de estar enamorado
para empezar de nuevo
una vida distinta
con el amor de siempre