En estos tiempos tan proclives a mezclar ficción y realidad, y tan proclives, también, a que la primera ampare, bajo su sagrado, toda suerte de tropelías, no está de más recordar un caso que en su momento causó mucho estrépito y que dio lugar a una resolución judicial que, medio siglo después, sigue levantando ampollas. Me refiero al que se conoce como el “caso Mephisto”. Les cuento muy sumariamente.
En 1936, ya en el exilio, Klaus Mann publicó en Ámsterdam Mephisto, una de las primeras novelas en denunciar las atrocidades del régimen nazi. Desde un principio, la novela fue leída como un relato en clave, en el que se reconocía a las claras la trayectoria del actor y director teatral Gustaf Gründgens, convertido entretanto en el gran “intendente” del teatro alemán, por designación expresa de Hermann Göring. Antes que eso, en los años 20, Gründgens se había codeado con los miembros de la vanguardia teatral berlinesa, había trabajado con Max Reinhardt y participado en una película de Fritz Lang. Había frecuentado los círculos de la izquierda intelectual y había intimado con los hijos de Thomas Mann, haciéndose amigo –y amante– de Klaus, y casándose con Erika (en 1926).
En Mephisto (titulada así por la extraordinaria interpretación del Mefistófeles del Fausto de Goethe que labró la leyenda de Gründgens), Klaus Mann traza el perfil de un arribista, capaz de traicionar sus principios y vender su alma al diablo en aras de su ambición. Pese a la insistencia del autor en negar que se tratara de una obra en clave, la novela está llena de personajes bien identificables, y las circunstancias que describe son bastante inequívocas a la hora de señalar su fuente de inspiración.
En 'Mephisto', Klaus Mann traza el perfil de un arribista, capaz de traicionar sus principios y vender su alma al diablo en aras de su ambición
El mismo Mann, en su libro autobiográfico The Turning Point, de 1942, declaraba que para él Gründgens era “la encarnación macabra de la corrupción y el cinismo”, y que fue la fascinación que le producía “su vergonzosa gloria” lo que le animó a retratar a Gründgens en una novela en la que se propuso, decía, “exponer y analizar la tipología del intelectual traidor que prostituye su talento en aras de una fama chabacana y una riqueza transitoria”.
Así las cosas, no es de extrañar que cuando la novela se reeditó en Alemania, en 1956, no sólo Gründgens, sino otras personalidades que se vieron retratadas en la novela pusieran obstáculos a su circulación.
Gründgens murió en 1963, en Manila, en circunstancias que invitan a pensar en un suicidio. Klaus Mann, por su parte, se había suicidado en 1949. Muertos ambos, en 1964, el heredero de Gründgens, su hijo adoptivo Peter Gorski, elevó una demanda contra la editorial reclamando el secuestro de la obra, por considerar que denigraba la memoria de su padrastro ante la opinión pública. La demanda fue desestimada, pero Gorski la recurrió, y una nueva sentencia, de 1966, instruyó la prohibición del texto.
La nueva sentencia fue a su vez recurrida por los editores ante el Tribunal Constitucional, y de los seis jueces que debían reconsiderarla, tres consideraron la apelación justificada y otros tres no. El empate, sin embargo, equivalía a dar por buena la sentencia ya promulgada, y el texto de la resolución sentaba jurisprudencia acerca de la protección póstuma de los derechos de imagen por encima del derecho de libertad artística.
En la actualidad, la polémica generada por el dictamen de la Primera Sala del Tribunal Constitucional de Alemania con fecha del 24 de febrero de 1971 sigue generando polémica. Su lectura incita a un debate apasionante.
Entretanto, y a pesar de ese dictamen, Mephisto se publica y distribuye con normalidad en Alemania, habiendo sido objeto en 1981 de una magnífica adaptación cinematográfica por parte de István Szabó, con una interpretación magistral de Klaus Maria Brandauer.