Con motivo de tener que escribir acerca de La catira (1955), el gran “pinchazo” novelístico de Camilo José Cela, he leído muy tardíamente el libro con el que Gustavo Guerrero obtuvo en 2008 el XXXVI Premio Anagrama de Ensayo: Historia de un encargo: “La catira” de Camilo José Cela. Literatura, ideología y diplomacia en tiempos de la Hispanidad. Menuda sorpresa. Es un libro excepcional, recomendabilísimo desde múltiples puntos de vista. Sí, ya sé que el asunto, así, desde fuera, resulta disuasorio. Que a pocos o ninguno interesa, al menos de partida, lo que pueda decirse a propósito de La catira, probablemente la novela más ilegible de Cela. Supongo que eso justifica la tibia recepción que el ensayo tuvo en su momento, al menos en España. Pero se trata de un malentendido, sépanlo. El caso de La catira sirve a Guerrero para reconstruir con amplitud de miras, agudeza e ironía ejemplares un suculento episodio cultural con muchas capas de lectura, algunas de las cuales conservan plena vigencia y admiten ser proyectadas sobre la actualidad.
Las entretelas del encargo de 'La catira', de Cela, y su fortuna explican muchas cosas acerca del funcionamiento del campo cultural hispánico
El trasfondo de dicho episodio son los intentos de la dictadura franquista de establecer una sólida alianza con la Venezuela del dictador Marcos Pérez Jiménez y sintonizar con las premisas de su Nuevo Ideal Nacional. En los tiempos que corren, no está de más recordarlas proporciones –y el dramatismo– de la emigración española a Venezuela durante los años 40 y 50. Fueron millares de ciudadanos españoles, sobre todo canarios, los que por entonces cruzaron el Atlántico en embarcaciones ilegales, poniendo en riesgo sus vidas durante largas travesías llenas de peligros y sin apenas provisiones. Hasta que Pérez Jiménez impuso una política de “puertas abiertas” que, lejos de disuadirlos, fomentó la atracción de inmigrantes europeos, sobre todo italianos, españoles y portugueses, con vistas a incorporarlos a sus ambiciosos planes de modernización e industrialización del país, y de paso “blanquear” su base racial.
Es en este marco en el que Cela, ya un escritor conocido, visita Venezuela y hace amistad con el “adulado y temido ministro de Relaciones Interiores”, Laureano Valenilla Lanz (hijo), quien termina por encargarle la escritura de un libro que contribuya a promover la imagen de Venezuela en el extranjero, a efectos de ganar aceptación y prestigio a nivel nacional e internacional.
Las entretelas de este encargo, su cumplimiento y la fortuna que obtuvo la novela resultante –La catira– son narradas por Guerrero con pulso magistral, y explican muchas cosas acerca del funcionamiento del campo cultural hispánico, tanto entonces como ahora. De las muchas enseñanzas que cabe sacar de ellas, aquí apenas me cabe apuntar, muy precipitadamente, dos.
La primera señala a la inopia en que, a la altura de 1955, se hallaba España respecto a Latinoamérica y a lo que allí se cocía en el plano cultural. Que críticos de la talla de Antonio Vilanova, Josep Maria Castellet o Juan Ramón Masoliver celebraran en términos superlativos La catira y la saludaran como un gran logro idiomático y “una de las mejores novelas de tema y ambiente americano que se han escrito jamás” resulta casi conmovedor. Tanto más si se considera que por esas fechas ya habían aparecido La vida breve de Onetti, Los pasos perdidos de Carpentier o Pedro Páramo de Rulfo. Por si fuera poco, la novela fue distinguida ese año con el Premio de la Crítica. Se entiende así el impacto y el desconcierto que ocasionaría, pocos años después, el estallido del llamado boom de la narrativa latinoamericana. Si bien la pregunta es en qué medida una inopia del mismo tipo lastra aún la recepción y los tráficos de la literatura proveniente de la otra orilla del Atlántico.
La segunda enseñanza es la relativa a los pilares ideológicos y las tramoyas ocultas del dichoso mito de la Hispanidad, que la derecha española nunca ha dejado de reivindicar y la ultraderecha trata ahora de reciclar bajo esa patraña modernizante de iberosfera. El ensayo de Guerrero no deja dudas sobre el pedigrí franquista de este concepto, que se articula desde el presupuesto de “la primacía de la Península y el derecho de tutela que conlleva” y que se funda en la manipulación política de la lengua y el falseamiento de su pretendida unidad.