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Mínima molestia

Comprometidos

Pocos síntomas hay tan evidentes de la trivialización del discurso político como el protagonismo de ciertos artistas populares a quienes se viste de intelectuales

9 noviembre, 2020 09:45

Hace poco más de un año, el pasado mes de junio, Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, visitó “por fin” Venezuela. Digo “por fin” porque, desde que ocupara ese cargo, en septiembre de 2018, Bachelet no dejó de recibir presiones para que realizara esa visita, con la expectativa puesta en el informe previsiblemente muy crítico que había de derivarse de ella. Quien más la presionó en este sentido no fue Estados Unidos, ni los portavoces del exilio venezolano, ni ninguna de las muchas instituciones y partidos que combaten activamente el gobierno de Maduro. Fue, contra todo pronóstico, Miguel Bosé, que durante meses acosó a Bachelet de forma casi obsesiva, no perdiendo ocasión –ya fuera en conciertos, en actos públicos de toda especie o en las redes– de reclamar a la ex mandataria chilena que se personara en Caracas para cobrar conciencia de la situación de emergencia que padece el país. La campaña de Bosé en pro de esa visita fue subiendo de tono, hasta el extremo de tildar reiteradamente a Bachelet de “cobarde” y “cómplice del dictador” por aplazarla, y de colgar en las redes extraños videos, de anómala comicidad, en que la instaba a cumplir con su obligación.

Imposible no recordar, a este propósito, el idilio político que Bachelet y Bosé mantuvieron años atrás, y que tuvo su punto álgido en el multitudinario acto con que la entonces candidata a la presidencia de Chile cerró su campaña en 2006. Durante el mismo, Bosé interpretó una de sus más conocidas canciones, “Te amaré”, dedicándosela a Bachelet, a la que se acercó para alazarle la mano, de cara a un público enfervorizado.

Quién iba a decirle ese día a Bachelet que el mismo Bosé iba a convertirse, años después, en su pesadilla, poseído de una manía persecutoria que rozó en más de una ocasión lo delictivo.

La cultura de masas ha diluido perversamente el concepto de “intelectual”, extendiéndolo a todo escritor o artista que goza de suficiente visibilidad como para que sus opiniones obtengan repercusión pública

“Quien con niños se acuesta, meado se levanta”, tienta decirse ante un caso así. Pero lo preocupante no es tanto la chaladura y el patetismo cada vez más acusado de Bosé como la tendencia creciente de tantos políticos a procurarse durante sus campañas el apoyo de artistas y de famosos a los que no acredita ningún otro mérito, en lo relativo al sustento y al valor de sus opciones ideológicas, que el de su popularidad.

Hace ya mucho que la cultura de masas ha diluido perversamente el concepto de “intelectual”, extendiéndolo a todo escritor o artista que, en cuanto tal, goza de suficiente visibilidad como para que sus opiniones obtengan alguna clase de repercusión pública. Lo peor de todo es que la confusión afecta a muchos escritores y artistas (incluidos en este lote actores de cine) que, por el hecho de serlo, se toman a sí mismos por tales, por intelectuales. En el campo de la canción popular, la confusión se agudizó con el ascendente de que gozaron, desde la década de los 50 hasta bien entrados los 80, los cantautores, muchos de ellos caracterizados por su compromiso político. De aquellos polvos estos lodos, y allí tenemos a Ana Belén y Víctor Manuel, por no ir más lejos, fungiendo de teloneros en tantos mítines de la izquierda. Hasta que en una de éstas, por ejemplo en el gran escenario de la Alameda de Santiago de Chile en que Bachelet cerró en 2006 su campaña presidencial, ¡se nos cuela Miguel Bosé!

Pensé esto, no sé por qué, cuando leí días atrás que Johnny Rotten, el exlíder de los Sex Pistols, declaró en The Guardian que votar a Trump era “la única opción sensata” de cara a las últimas elecciones en Estados Unidos. O que Morrisey, el exlíder de The Smiths, se pronuncia como nacionalista a ultranza, defendiendo el Brexit y cargando contra los inmigrantes. O que Calamaro, nacionalizado español, se posiciona a favor de Vox. Mientras tanto, Joe Biden recorría Pensilvania acompañado de Bon Jovi, que cantaba en sus mítines.

Pocos síntomas tan evidentes de la trivialización del discurso político y de su penosa tendencia a la espectacularidad mediática que la creciente facilidad a conceder representatividad a quienes sólo la detentan en el campo del gusto y de la sentimentalidad pero no en el de las ideas.