Días atrás, ya no recuerdo quién ni dónde, alguien observaba la relativa escasez de libros de memorias escritos por mujeres. Como era de esperar, la constatación iba seguida de presunciones más o menos desaforadas sobre las razones de que así fuera.
Quiso la casualidad que a la vez estuviera consultando yo un librito que aprecio mucho y al que regreso a menudo: Parejas y transeúntes, de Botho Strauss, publicado en alemán en 1981 y traducido al español en 1986 por Genoveva Dietrich (Alfaguara). En él di con un pasaje que me pareció valioso para examinar esa mencionada escasez. Me tomo aquí el trabajo de resumirlo.
Strauss evoca a una tal L., diseñadora de vestuario, que se preguntaba en cierta ocasión “de dónde extraen las mujeres que trabajan artísticamente su fuerza creativa”. Lo hacía después de contar cómo su madre le había confesado que, a consecuencia de criarla a ella, a L., había perdido los recuerdos de su propia niñez. La maternidad le había conferido aplomo y seguridad, le había redimido de su propio infantilismo, pero le había absorbido en los cuidados de su hija, y, con ello, le había robado su propia niñez”.
L. pretendía que lo mismo ocurría a otras muchas mujeres. De ahí su pregunta. Pues la niñez robada “significa la destrucción del substrato nutritivo de la memoria, y sin memoria no hay creatividad”.
Botho Strauss, o más bien el extraño narrador que piensa en su nombre, dice que este comentario le dio motivos de reflexión. Una reflexión que le condujo, en primer lugar, a preguntarse por la insatisfacción, cuando no el disgusto, que por lo general le producían los recuerdos de infancia relatados por mujeres. “¿Se trataba siempre de madres?” El caso es que esos recuerdos se le antojaban a él pálidos y poco vivos, faltos de “esa emoción o ese aspecto doloroso de la actualización, por la que la otra persona, la que escucha, sesiente impelida a interesarse por el narrador en su totalidad”.
“¿Es quizá cierto que a las mujeres les ha sido destruido el poder del recuerdo?”, se pregunta Strauss. “¿Fueron los niños nacidos los que lo hicieron?”
Según Botho Strauss, “la mujer abnegada necesariamente era la mujer sin memoria”, pues “sólo el egocéntrico se acuerda con fuerza”
A lo que se responde: “Los hombres acumularon en los años de madurez una capacidad más o menos grande de recuerdo. En las mujeres parece que se fue acumulando poco a poco, en todo caso brotaba poco a la superficie. En la familia tradicional, en la que le incumbía una parte capital de la educación y crianza de los niños, la mirada de la mujer solía estar dirigida hacia delante y por todos lados se le exigía un exceso de abnegación, que después se ha condenado suficientemente y en parte abolido por una vida social diferente, sin que por otro lado determinados contextos emocionales e inhibiciones profundas se hayan dejado reformar con pareja celeridad”.
Según Strauss, “la mujer abnegada necesariamente era también la mujer sin memoria”, pues “sólo el egocéntrico se acuerda con fuerza”. Y aquí invoca Strauss el recuerdo de su propio padre, un hombre atrapado en “una vida estrecha, empobrecida y madura, que había acabado de un modo u otro con todas las ilusiones”. Recuerda Strauss “con qué extraña avidez mi padre intentaba implantar en mí, su hijo, sus recuerdos más remotos, su tiempo perdido, dictándolo con violencia”.
Aquel, el de su propio padre, “era un recordar absolutamente autoritario”, dice Strauss. Lo que le invita a especular con la posibilidad de que, al menos hasta hace bien poco, “el recordar no era solamente una técnica de la creatividad masculina: era también el privilegio de la hegemonía masculina dentro de la familia”, pues “el espíritu de la tradición quedaba representado en primera línea por el padre”.
Strauss no deja de mencionar la figura tópica de la abuela, la vieja que cuenta historias. Pero, “aparte de que sólo muy pocos de entre nosotros, niños crecidos en las familias reducidas de este país, hemos tenido en casa una abuela narradora de este tipo, las historias que contaban eran a menudo más tradicionales que vividas personalmente, y les faltaba el énfasis subjetivo, el énfasis ‘enfermo’, nacido del dolor, con el que el padre ‘en sus mejores años ’recordaba”.
Un punto de vista a considerar.