¿Un asunto personal?
Hace dos semanas dediqué este espacio a comentar la airada réplica que Juan Bonilla había dado a una negativa reseña de Tierra negra con alas, la voluminosa antología de la poesía vanguardista latinoamericana que él mismo ha publicado recientemente, junto a Juan Manuel Bonet. Como cabía temer, Bonilla no tardó en responder a mi columna. Lo hizo en un artículo publicado en la edición digital de esta revista, esta vez en un tono bastante más sosegado que el de aquella réplica, cosa de agradecer. Me atribuye Bonilla haberme arrogado el papel de “primo de Zumosol”, cosa que, la verdad, me hizo gracia, y que a estas alturas considero casi un piropo. Como dijo mi novia con innecesario sarcasmo: ya me gustaría.
Releo la reseña de Edgardo Dobry que desató las iras de Bonilla, y luego la réplica del mismo Bonilla, y sigo viendo una penosa desproporción en las maneras empleadas, así como una ocasión perdida de enhebrar un debate sobre un asunto –el de la vanguardia latinoamericana y su escurridiza conceptualización– lleno de interés, al menos para mí. Leo luego la entusiasta reseña que en estas páginas dedicó Túa Blesa a la antología de Bonilla y Bonet, y me hago cargo de la consternación de Bonilla ante juicios tan divergentes, que lo mueven a atribuir las peores intenciones a quien, sin entusiasmo alguno, pero con bien labrada autoridad, hilvana varios reparos a su trabajo, desatendiendo aspectos del mismo que su autor estima sustanciales.
No he tenido oportunidad de consultar el volumen de Tierra negra con alas. Me propongo procurármelo y formarme mi propia opinión sobre él. Si creo que puede tener algún interés compartirla, lo haré.
Entretanto, quiero incidir aquí en una cuestión que me interesa particularmente, pues hube de enfrentarme a ella en más de una ocasión cuando ejercía regularmente como reseñista. Me refiero a eso que, en su respuesta a mi columna, dice Bonilla acerca de su derecho a tomarse la reseña de Dobry como un asunto personal.
El papel y la tinta empleados en una obra no determina su valor: puede haber una profunda justicia en el acto de desacreditar con una frase el trabajo de años
Por supuesto que todo el mundo tiene derecho a resentirse personalmente de cualquier asunto que lo afecte, tanto más si produce algún tipo de daño ya sea a su vanidad, a su crédito o a su bolsillo. Y sin duda una reseña puede producir ese tipo de daños, de manera más o menos indirecta, más o menos intencionada. Estas consideraciones, sin embargo, quedan fuera de la jurisdicción propia del reseñismo, que debería ceñirse (como hace la reseña de Dobry) a la dimensión pública del libro comentado, al interés público que, por el hecho mismo de haber sido publicado, eventualmente suscita y reclama el libro en cuestión. De ahí que replicar una reseña como si de un asunto personal se tratara constituya siempre no sólo un error táctico, sino también metodológico. Una reseña debería ser contestada en el mismo plano desde el que ha sido formulada, y en ese plano ni los juicios de intenciones ni menos aún el juicio personal que le merezca al autor el reseñista pintan nada.
Tampoco importan, en la discusión sobre los aciertos y los alcances de una reseña, las horas y los esfuerzos que haya supuesto para el autor el libro en cuestión. A este respecto, ya dije en una ocasión, hace mucho, que el juicio crítico se desentiende de las dimensiones de extensión y de tiempo. El papel y la tinta empleados en una obra no determinan su valor: puede haber una profunda justicia en el acto de desacreditar con una frase el trabajo de años.
Quienes identifican las reseñas negativas como ataques personales deberían pensar en los insultos que uno profiere o recibe cuando conduce: antes de romperse la cara con nadie conviene recordar que uno forma con su propio automóvil una especie de entidad centáurica que no se corresponde exactamente con la propia persona; lo que, bien considerado, desdramatiza e impersonaliza los eventuales agravios.
Por lo demás, el uso y el provecho que cada lector obtiene de un determinado libro pasa a ser, para él también, un asunto personal, en el que invierte dinero y tiempo. Y es precisamente a su interés a lo que el reseñista atiende, dado que es al lector, por encima del autor, a quien se dirige.