Canon y vanguardia
En al menos tres ocasiones, que yo recuerde, he traído a colación en estas columnas un librito de César Aira absolutamente recomendable: Continuación de ideas diversas. El librito lo publicó hace ya tres años Ediciones Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, por lo que imagino que no tendría mucha divulgación por estos pagos. Pero me entero de pronto que acaba de publicarlo aquí en España Jus, la veterana editorial mexicana que de un tiempo a esta parte dirige desde Barcelona Juan Antonio Montiel. La docena y pico de títulos que Montiel lleva seleccionados para esta nueva etapa de Jus conforman un menú de lo más variado y prometedor, en el que junto a rarezas como el Breve manual del perfecto aventurero, de Pierre Mac Orlan, o Las últimas noches de París, de Philippe Soupault, cabe encontrarse con un clásico del periodismo como La fabulosa taberna de McSorley, de Joseph Mitchel; un ensayo tan ambicioso e interpelador como Una sociedad de señores, de Mario Campaña, sobre las modernas democracias; o Trópicos, soberbia colección de cuentos que nos descubre a Rafael Bernal, uno de los maestros de la literatura mexicana.
En cuanto a César Aira, me enteré por un artículo de Javier Rodríguez Marcos que su nombre sonaba este año en las quinielas del Nobel, siempre tan turulatas. La verdad es que tendría gracia que se lo dieran. Si algo tiene en su favor este codiciado galardón, tan frecuentemente denostado, es su capacidad de darnos sorpresas. Y puestos a distinguir por fin a un escritor argentino, Aira sería sin duda una excelente opción. Claro que no hubiera sido prudente galardonarlo inmediatamente después de Bob Dylan. Por aventurado que sea en algunas de sus apuestas, al jurado del Nobel le cumple no desconcertar en exceso la institución literaria. La de Kazuo Ishiguro ha sido, en este sentido, una elección de lo más plausible: a la vez obvia e inesperada. Y, en el mejor de los sentidos, reconfortante: incluso para quienes suscriben una concepción tradicional de la novela.
No es este el caso, como es sabido, de César Aira. Este reúne, en Continuación de ideas diversas, un puñado de apuntes -todos enjundiosos- sobre estética y literatura, sobre leer y escribir, también sobre el enigmático arte de la novela, que Aira no cesa de indagar. Si bien el hilo que tensa el conjunto son las impagables observaciones que Aira hace sobre originalidad y convención, sobre experimentación y realismo, y las melancólicas consideraciones que añade acerca de los alcances de sus propios “vanguardismos”, como él mismo los llama con ironía flagrante.
¿César Aira premio Nobel de Literatura? Frente a una pregunta como ésta, capaz de suscitar escándalo y entusiasmo a partes iguales, no está de más traer aquí uno de los apuntes del mismo Aira: "La calidad de una obra de arte, a la larga, siempre se reconoce según los valores tradicionales, clásicos, las grandes convenciones seculares, que cambian tan lento que no vale la pena hacerse ilusiones de que vamos a presenciar un cambio. No importa todo lo revolucionaria o provocadora que sea la obra: esos valores de ruptura e innovación cuentan sólo en el primer momento, en la aparición de la obra, en la recepción que lleva implícita. Después, cuando la trabaja el tiempo, vuelven a imponerse, a favor o en contra, los valores tradicionales”.
He aquí una reflexión que sirve para encuadrar un asunto de gran interés: el no lugar de la vanguardia dentro del canon.
Nadie ha pensado sobre esto mejor que Aira, como me ocupé de subrayar en otra ocasión. Recordaba entonces cómo él mismo ha declarado que todo su empeño como escritor consiste en “normalizar” el gesto vanguardista, “traducirlo” -pero sin traicionarlo- al idioma de “la vieja literatura que decidió nuestra vocación”.
En otro lúcido apunte acierta a describir Aira la contradicción que subyace a este empeño: “Quizás hay una diferencia entre leer y escribir: leo una cosa, escribo otra. Se da por sentado, apresuradamente, que uno escribe, quiere escribir, cosas que se parezcan a las que le gusta leer. Pero son dos actividades radicalmente distintas, que parten de distintos puntos y buscan distintos objetivos”.
He aquí la clave de por qué evoluciona la literatura.