La fabulosa taberna de McSorley
Joseph Mitchell
9 junio, 2017 02:00Joseph Mitchell, ante la puerta de uno de los locales sobre los que escribió en New Yorker
Las tres últimas décadas de Joseph Mitchell (1908-1996) evocan la peripecia de Bartleby, el famoso personaje de Melville que rehúsa emprender cualquier acción con imperturbable cortesía. Mitchell, inspirado y fecundo cronista del New Yorker, nunca dejó de acudir a su despacho, pero un enigmático bloqueo interrumpió su labor creativa, sumiéndole en un obstinado silencio. La revista nunca se planteó despedirlo, quizás por humanidad, pero también por admiración hacia su obra, que ya despuntaba como un clásico de la literatura norteamericana. La fabulosa taberna de McSorley reúne algunas de las piezas más notables de Mitchell. Gracias a su estilo fresco, fluido y directo, la existencia miserable de los marginados (borrachos, mendigos, fenómenos de circo, artistas sin talento, bohemios incurables, ridículos impostores) trascendía su insignificancia para adquirir la grandeza estética de un personaje de tragedia griega.Mitchell preparó el terreno a Truman Capote, Tom Wolfe y Norman Mailer, mostrando que sólo es necesario observar el entorno para alumbrar un texto literario. No hace falta inventar. Mirar y escuchar es suficiente, pues al bucear en las historias ajenas, sale a flote nuestro yo y la inquietante belleza del mundo. La fabulosa taberna de McSorley recoge reportajes periodísticos, relatos cortos de carácter autobiográfico y cuentos ambientados en el ficticio condado de Black Ankle, irónica recreación del condado de Robeson, Carolina del Norte, donde creció Mitchell, adquiriendo sus modales de caballero del Sur. La mirada de Mitchell es humana y compasiva. Nunca desciende al sermón o al desahogo personal. No se esconde detrás de sus personajes, sino que camina con ellos, exteriorizando de forma indirecta su delicada intimidad. Es imposible comentar en esta nota los veinte textos del libro, pero sería indisculpable no destacar los más deslumbrantes. "El profesor Gaviota", quizás el perfil más famoso de Mitchell, recrea la historia verídica de Joe Gould, "que se jacta de ser el último bohemio".
A pesar de haber estudiado en Harvard, vive a la intemperie en las calles de Nueva York, soportando hambre y resacas: "En materia de carencias soy la máxima autoridad de Estados Unidos". Para combatir el frío, se forra el torso con ejemplares del Times, pues se considera un "esnob" y se permite el lujo de elegir. Bajito e inverosímilmente delgado, viste con ropa desechada, casi siempre de tallas mayores. Eso sí, siempre se procura una pajarita y colillas para su larga boquilla negra. Dedica todo su tiempo a un extenso manuscrito que ha titulado Historia oral de nuestro tiempo, miles de páginas sucias y malolientes que componen "un pozo ciego de cuentos, chismes, alcahueterías, bulos, embrollos y disparates". Gould imita a las gaviotas, agitando los brazos y lanzando chillidos estridentes. Ser un espectáculo forma parte de su vocación de escritor maldito, que ha convertido su obra inconclusa en su pasión y su patíbulo, su esposa y su amante, su perdición y su redención.
No son menos inolvidables los perfiles de McSorley, el tabernero hosco y puritano; Mazie, la taquillera con un vago parecido a Mae West que auxilia a los mendigos del Bowery; Lady Olga, la mujer barbuda enamorada de su huraño gato persa; el reverendo Hall, apocalíptico predicador callejero, o los mohawks, los indios que trabajan en las alturas porque no conocen el vértigo. ¿Por qué se bloqueó Mitchell? ¿Se contagió de Gould, como señaló en una ocasión? Después de leer sus reportajes y relatos, todo indica que escogió vivir en el mundo de ayer, impasible como un caballero que saluda con una sonrisa a la adversidad.