¿Se explican mal los filósofos?
Hay que sacar la filosofía al mercado, al bar con los parroquianos y hacernos preguntas necesarias, como las que nos provocan los museos. Está en juego nuestra salud mental.
“Hay una tendencia a confundir la oscuridad de la expresión con la profundidad del pensamiento”, expone Carlos Peña a Raquel R. Incertis (El Mundo). “El problema es que se explican las cosas con conceptos ininteligibles –añade el filósofo chileno, que acaba de publicar Por qué importa la filosofía–, es un galimatías que hace sentir ignorantes a los que no son capaces de entenderlos”. Peña, además docente y rector de universidad, se queja de que “las humanidades se están arrinconando” y cree que es “un error, porque una cultura que no sea capaz de reflexionar sobre sí misma es una cultura destinada a languidecer, a marchitarse y a desaparecer”.
Tal vez haya que sacar la filosofía a la calle como propone Jorge Freire. “Hay que hacer filosofía en prensa –demanda el autor del reciente ensayo La banalidad del mal en una entrevista con Karina Sainz Borgo (ABC) –. Hacer como Sócrates. Ir al mercado, al ágora, al bar con los parroquianos. Mientras la filosofía se mantenga recluida en el pináculo de la torre de marfil, en los cenáculos de la academia y en papers endogámicos, efectivamente, estará muerta”.
Joan Fontcuberta previene a Marc Muñoz (El Salto) de que no es filósofo, “solo soy artista visual”, lo que no le impide reflexionar sobre la fotografía en la era digital. “Cada época inventa sus regímenes de verdad –considera el artista, que acaba de presentar libro e inaugurar exposición–, y en nuestra época campan a sus anchas la posverdad, las fake news y los hechos alternativos. Yo sostengo que la relación de la fotografía con la verdad no ha cambiado, lo que sí ha cambiado es nuestra confianza en la fotografía, nuestra fe en ella, nuestra alfabetización visual y nuestra capacidad crítica”.
“Que escribir todo lo que te ha pasado se considere como una obra libre de ficción es una falsa idea”, Peter Orner
“¿Somos realmente conscientes del poder transformador del arte?, ¿entendemos el potencial de un museo del s. XXI?”, con este desbordante entusiasmo se manifiesta Sandra Guimarães, nueva directora del Museo Helga de Alvear en Cáceres, “Los museos son indispensables –recalca la gestora cultural portuguesa a David Vigario (Yo Dona)–, porque nos confrontan el arte y la realidad de nuestro mundo, ayudan a hacernos preguntas necesarias, nos permiten salir de nuestra individualidad, abren nuestra mente al mundo e incluso contribuyen a mejorar nuestra salud mental”.
A propósito de salud, Peter Orner no cree en “la literatura como terapia, no funciona así, pero quizá la conversación que se tiene sobre el libro sí te va a salvar”. Tal vez sea la razón por la que el autor norteamericano, que acaba de publicar dos libros en España dice a Ariana Basciani (The Objective) que “escribir todo lo que te ha pasado en la vida se considere como una obra libre de ficción es una falsa idea”.
Los autores de autoficción y novela histórica “hacen un poco de trampa, con perdón para los compañeros que las escriben”, declara Elisa Beni a Jesús Fernández Úbeda (Zenda). “Si construyes una novela, tienes que construir tu relato, tus personajes y una trama”, afirma la autora de Thule. El sueño del norte. “La imaginación es una parte sustancial de la literatura (...) y lo que hacen es un poco tramposo: una parte del trabajo de autor te la saltas”, según la novelista y periodista. “En la literatura –concluye– se ha prescindido de la imaginación (...) Ahora hay un esfuerzo infinito de repetición de cuestiones manidas que me resulta muy pobre”.
“Jamás he perseguido a un editor. Llaman a mi puerta. ¡Otra cosa es que luego no pagan!”, Francisco Ferrer Lerín
No sé si Antonio Muñoz Molina estaría de acuerdo. “Hay cosas que tienes que vivir para contarlas –asegura el autor de No te veré morir a Nuria Mendoza (Librújula)–. La imaginación es muy poderosa, pero es más limitada. (...) Un libro es, al fin y al cabo, un reflejo de lo que eres”.
P.S. Francisco Ferrer Lerín, escritor y ornitólogo, revela a Ana Rosa Gómez Rosal (Jot Down) su relación con las editoriales. “Yo jamás he perseguido a un editor. O sea, los editores llaman a mi puerta. ¡Otra cosa es que luego no pagan! Pero me buscan, porque les gustan las cosas que hago. Tiene la gran ventaja de que, como me vienen a buscar, luego no se dan esas demoras espantosas”.