'Best sellers' y/o literatura
¿Es peor el libro que se vende mucho que el que se vende poco? ¿Están las ventas reñidas con la calidad? Con lo que parecen llevarse mal es con la crítica literaria. Será, como dice Garci, ¿culpa de “ese panorama nuestro”?
Juan Eslava Galán le confiesa al también escritor Eduardo Martínez Rico (Zenda) que siempre ha tenido “una lucha interior” entre la ficción y la no ficción. La ha resuelto con un género a su medida. “Voy mezclando las dos cosas. Hago novelas ensayadas o ensayos novelados”. Cuando se le pregunta si elige los temas “para vender más”, lo niega de forma tajante. “No, escribo para mi propio placer, y si después hay gente a la que le gusta, pues estupendo, he dado en el clavo. No, no escribo pensando en el comercio”.
Gozar del favor del público parece que esté mal visto. Así se lo reconoce a Mar Guadalajara (Las Provincias) la novelista Alice Kellen, que se ha convertido en best seller con sus relatos de literatura romántica juvenil. “A veces hay prejuicios hacia la parte más comercial en todo lo relacionado con el arte, cuando algo le gusta a mucha gente parece que es peor y no se valora”. No sólo ocurre con la crítica, sino también con los propios colegas escritores. “Muchos te miran por encima del hombro y consideran que el género literario que escribes es menor, pero les preguntas cuáles son las últimas novelas del género que han leído y no han leído ninguna, entonces son ideas preconcebidas o prejuicios”.
Quien ha leído, y mucho, es José María Guelbenzu. Le explica a Paula Corroto (El Confidencial) que “el best seller es un poco lotería, la buena literatura, no. Otra cosa es que no guste”. Pero aclara que “el libro de entretenimiento, en el sentido peyorativo del término, pues sí, es lotería”. En cualquier caso, precisa que “no está nunca contra la gente que lea cualquier cosa que tiene palabras”. Cree asimismo que “los críticos españoles son bastante malos, porque no saben de literatura”, aunque precisa que “hay excepciones”. La primera, el fallecido Robert Saladrigas.
Donde también hay puntos de vista muy diferentes es en el teatro. Así, Ernesto Caballero arremete en Crónica Global contra el “profesorcillo o profesorcilla que te da la catequesis de tipo político, moral o lo que sea”. Según el dramaturgo, “el teatro es una de las artes más políticas, porque es colectivo, es asambleario, es civilizatorio. Pero una cosa es eso y otra el tebeíllo con el que uno se encuentra que, a veces, da vergüenza ajena cuando cortan la acción para decir lo buenos y malos que son unos y otros. Además, es muy naif”.
Quien no tiene pelos en la lengua es Pepe Viyuela, que representa el Tartufo precisamente en versión de Caballero. El actor le cuenta a Magí Camps (La Vanguardia) que “lo que cuenta Molière sigue pasando hoy. Para mi Tartufo me he inspirado en varios personajes, pero solo daré un nombre, el del rey Juan Carlos, que nos ha estado engañando a todos. Pero eso no se ve en la obra, lo uso como actor en la cocina, cuando preparo el personaje”, concluye. “¿Cuánto tartufismo hay en los medios de comunicación actuales –proclama–, que dicen cosas que no se ajustan a la realidad? O, las redes sociales... No es una comedia para olvidarnos del mundo, sino para mirar lo que sucede en él. Lo que cuenta Molière, sigue pasando hoy”.
P.S. José Luis Garci le dice a María José Solano (Zenda) que se siente “muy orgulloso de haber ganado el primer Óscar para el idioma español, para el cine español y para nuestro país”. Y le explica que “en realidad, he estado cuatro veces nominado al Óscar, que eso a la gente como que se le ha olvidado, con lo difícil que es (...). No sé, pero bueno. Te haces a este panorama nuestro. Mira, a ver si te lo digo para que no resulte pedante: yo no he aprendido cine en la escuela de cine, sino viendo películas (...). De alguna manera, como decía Robert Wise, “Garci es uno de los nuestros” (...). Para los americanos yo era una cosa rara precisamente porque era como un americano. Imagínate, es como si a un chico de Illinois le gustan mucho los toros y los estudia a fondo y aprende a torear y un día llega aquí en San Isidro y corta dos orejas. Pues asombra, claro, ¡cómo no! Espero haberlo dicho sin ninguna cosa presuntuosa”.