Después del debut
¿Qué siente el creador después de publicar su primera novela o estrenar su primera película? ¿Nota presión? ¿Qué dificultades encuentra?
Los adultos infantiles
Xita Rubert. Novelista. Docente en la Universidad de Princeton. Primera novela: Mis días con los Kopp (Anagrama, 2022)
Por supuesto, varias veces me he preguntado qué tipo de libro debería seguir a mi primera novela, pero la mayor parte del tiempo estoy inmersa en el propio trabajo de escritura, y entonces las preguntas son otras, más interesantes, de mayor calado.
La diferencia entre una primera obra y las siguientes es que, de pronto, hay un público: es imposible no ser consciente de esto.
Pero para dar fruto a lo que debe seguir hay que recuperar cierta virginidad: no eres nada para nadie. Solo así puedes estar al servicio de la obra, y que la obra no esté al servicio de ti. Tú eres algo extremadamente banal. Los escritores suelen ser adultos infantiles, como lo es cualquiera que se preocupe más por la recepción (¿qué pensarán de lo que hago?) que por la creación (¿qué debería hacer?).
Qué esperan de mí, además, es una pregunta muy contemporánea. No lo digo para invalidarla, sino para preguntarme en qué momento de la historia de la literatura han existido tantos espejos. Nunca nos hemos mirado tanto unos a otros, nunca hemos visto con tanta frecuencia cómo nos miran los demás, y, más allá de la literatura, ¿cuándo ha habido tanta consciencia de lo que sucede en lugares donde no estamos? Cualquier escritor puede ser víctima del ansia acerca de la recepción, de la reacción que suscita en los críticos, de las expectativas que se crean para lo próximo.
Para dar fruto a lo que debe seguir hay que recuperar cierta virginidad:
no eres nada para nadie
Pero es una prueba de madurez aguantar esa presión, especialmente, supongo, tras un primer libro, pero también, y quizás más, de modo continuado a lo largo de toda nuestra vida. Intuyo que es una falsa presión, y que sólo se supera si uno ha de enfrentarse a presiones reales, dificultades verdaderas, batallas humanas y no literarias. Y si tiene la suerte de superarlas. Éstas suelen surgir cuando la propia vida está en juego: la salud propia, la de un hijo, la de un padre.
Una de mis escritoras preferidas, Clarice Lispector, insistía en que no era “una escritora profesional”, refiriéndose a que sólo escribía para sí, pero, como todo lo que dicen los escritores y los niños, era mentira. Lispector se pasó la vida de libro en libro, de columna en columna, y en sus cartas vemos que su vida depende de ser leída.
Ser profesional, tal como yo lo entiendo, es ser fiel al trabajo (el texto), a quienes confían en tu trabajo (editores y lectores) y a la propia vocación. ¿Pero qué es la vocación? Es una orden interior como imagino que sienten los creyentes la presencia íntima de Dios. Si una oye esa voz, la escucha cuando suena, y se dedica a transcribirla con el mismo ímpetu con que ha luchado en las batallas reales, el estruendo de ese grito, de ese libro, apaga cualquier ruido externo.
Una ha dado a luz. Y no es posible ocuparse de cada hijo, y de su camino en el mundo, hasta el infinito: así sólo se crean adultos infantiles. Es preciso seguir dando a luz, una y otra vez, como si una siempre fuera madre primeriza.
Siempre novel
Mikel Gurrea. Director y guionista de cine. Primera película: Suro (2022)
El año pasado debuté en la dirección con el estreno de Suro, mi primer largometraje. Confieso que la palabra debutante se me hace extraña. Me suena a historias lejanas sobre puestas de largo o bailes en salas de fiesta y palacios. La idea de carta de presentación también me resulta ajena, aunque reconozco que en un primer largo presentas muchas de tus pulsiones cinematográficas. Hay una abundancia de deseos.
Alguno diría que en exceso. Recuerdo ver los DVDs de A Fondo, el programa de entrevistas de TVE. En uno de ellos, el entrevistador leía a Borges escritos de su juventud. El autor argentino, con la vista perdida, sonreía y decía algo así como que cuando uno empieza tiene la obligación de ser barroco. También creo recordar un testimonio de Iván Zulueta hablando sobre Arrebato.
Decía que, como creía que nunca le dejarían hacer otra película, volcó allí todas sus obsesiones. Pienso en la inocencia que acompaña a la primera vez. Esa primera experiencia viene cargada de expectativas, pero la inocencia de no saber cómo será es hermosa y muy estimulante en lo creativo.
Sucede algo extraño con ser novel y es que, de pronto, uno deja de serlo. La categoría se esfuma. No puedes repetirla. Se parece a cuando cumples cierta edad y ya no puedes usar el carnet joven para actividades culturales. Ya pasaste. Ya hiciste. Ya debutaste. Ahora que estoy preparando mi próxima película –escribiéndola, imaginándola, pensándola junto a mis productoras y equipo–, pienso que esa noción no es del todo cierta. Con cada película uno vuelve a empezar.
Sucede algo extraño con ser novel y es que, de pronto, uno deja
de serlo, la categoría se esfuma
Hay puertas abiertas que antes no existían. Eso es verdad. Tejimos relaciones y vínculos con los que repetiremos. Siento que tengo la confianza y el conocimiento de haber llevado a cabo todo un ciclo largo. De haberlo recorrido. He acumulado oficio, trucos, estrategias y técnicas. Sin embargo, hay algo esperanzador en saber que, antes de empezar, no tengo ni idea de cómo hacer mi próxima película. Mi trabajo consiste en descubrir cómo hacerla. En hacerla, valga la redundancia. Espero que eso no se acabe nunca. Esa inocencia. Ese misterio. Ese salir a buscar la película.
Cuando entré en la universidad, nada más llegar, nos dijeron que nuestra forma de ver cine estaba a punto de cambiar. Fue un aviso. Como diciendo, “Cinéfilos: estáis a punto de perder vuestra inocencia ante la pantalla”. Algo de eso es cierto. Al hacer y leer sobre cine, al profundizar en el lenguaje, uno empieza a fijarse en la forma, en el cómo. No obstante, en mi caso, aquello sólo alimentó mi amor por el cine.
Enriqueció y enriquece la experiencia de ver películas y, cuando me atrapan, vivo el asombro con mayor intensidad. Por eso no creo que el cine sea un ejercicio de nostalgia. Es lo más conectado con la experiencia presente que hay. Porque pasa ante tus ojos y porque, sin alguien que lo vea, no existe. En ese sentido, y en muchos otros, espero seguir sintiéndome siempre novel.