Antonio Pérez Henares
Periodista y escritor. Su última novela es Tierra vieja (Ediciones B)
Insultar a nuestros abuelos
Quizás sea todo tan sencillo como que una buena mayoría de las gentes de nuestra España esté harta de que le insulten a los abuelos. Porque ello, el arrastrar a nuestros antepasados por el fango y suponernos reos del crimen universal contra la humanidad, es el mantra de una corriente autoproclamada progresista, cuyos pilares, más humo que verdad, son la negación de la propia España a lo que, encima, y a pesar de no existir, se señala como origen de todos los males que ha padecido el mundo y de los que pueda padecer.
El continuado éxito de la novela histórica sintoniza con ese latido popular de rebelión ante el adoctrinamiento, que alcanza niveles de paroxismo, contra la intención de borrar el conocimiento de nuestro pasado, que busca eliminar toda emoción de pertenencia común y que se percibe como lavado de cerebro para imponernos después una “memoria” de parte que no es sino un compendio de tergiversación y de sectarismo ideológico.
La resistencia es cada vez mayor y emerge un fuerte impulso de nuestra sociedad en reencontrarnos en lo que fuimos, somos y compartimos. Sin pretensiones de reverdecer glorias imperiales ni enaltecimientos sin mácula ni tacha pero tampoco considerándonos reos del oprobio universal. Tenemos una historia tan rica y trascendental para el mundo, cuajada de personajes de enorme relevancia, que no puede ser reducida a una consigna ni a un tuit, ni juzgada con el esquema de valores y modas de hoy como norma exigida de conducta en épocas, civilizaciones y situaciones pretéritas, sino según su tiempo y circunstancia.
Las cifras y las apuestas editoriales lo demuestran a las claras. Los españoles nos hemos cansado de que, desde fuera, y desde dentro aún más, el insulto a nuestros abuelos sea la doctrina oficial
Son esos hechos históricos y sus protagonistas, tan impactantes y decisivos en el devenir del planeta, tan olvidados y despreciados en muchas ocasiones, el mejor filón que el escritor puede encontrar. Como es también una garantía que a ella hayan vuelto sus ojos y dedicado su empeño autores de gran valía, predicamento y renombre, y no hace falta decir nombres pues son los que habitualmente encabezan las preferencias de los lectores, lo que le supone un valor añadido y que capta y crea un número cada vez mayor de seguidores.
Entiendo y quiero verlo así, que la novela ha de ser una ventana abierta y una incitación a un posterior y mejor conocimiento de nuestro pasado sin pretender suplantar la misión y función del historiador y su tarea, que quizás conviniera cultivar más, de divulgación. Dicho hoy esto desde la tristeza por la pérdida de quien fue su mejor referente, Fernando García de Cortázar, cuya “Breve Historia de España” alcanzó a tantos centenares de miles de compatriotas a los que inculcó la necesidad de saber más.
La novela histórica tiene ya demostrado que es un género mayor y que goza de una persistente buena salud. Las cifras y las apuestas editoriales lo miden y lo demuestran a las claras. Las razones y pulsiones son muchas, pero creo que una es la más sencilla y emocional de todas ellas. Y acabo por donde empecé. Los españoles nos hemos cansado de que, desde fuera, y desde dentro aún más, el insulto a nuestros abuelos sea la doctrina oficial.
Carlos Martínez Shaw
Historiador. Su último libro es Europa en papel (SECC)
Historia y novela
No cabe duda de que hoy día la Historia tiene un gran poder de atracción sobre un público notablemente extenso. Si nos referimos exclusivamente a la historia académica, baste señalar el nutrido catálogo de publicaciones emanado de las editoriales universitarias, institucionales y comerciales, así como el éxito de asistencia a los numerosos congresos científicos que se celebran. Si nos restringimos al ámbito de las ediciones divulgativas (libros y revistas), la respuesta también es masiva, como lo es la concurrencia a los numerosos ciclos de conferencias que se organizan.
De este modo la curiosidad generalizada por conocer los hechos del pasado (en buena medida del pasado patrio) contrasta con la escasa atención que le dedican las autoridades educativas en los programas tanto de la enseñanza media como de la enseñanza superior, afirmación que puede constatarse revisando el último plan de estudios para Secundaria, que reduce el horario consagrado a la Historia y hace desaparecer procesos históricos que forman parte indisoluble de nuestra constitución como comunidad: romanización, expansión de los tiempos modernos, siglos de oro de la cultura hispana, etc. No es casualidad que en los coloquios que siguen a muchas conferencias, los asistentes comenten que esos hechos no se los ha explicado nadie a todo lo largo de su etapa formativa.
La historia rigurosamente explicada tiene la ventaja sobre la obra
de ficción de evitar una pregunta recurrente después de leer
un libro o de ver una película: ¿esto fue verdad?
La dificultad de redactar un solo discurso sobre la historia de España nace de diversas fuentes. Por un lado, el nacionalismo “español” ha dotado de un sesgo “castellano” a la narrativa usual, de modo que muchas comunidades regionales y, sobre todo, aquellas que se pretenden dotadas de un marcado “hecho diferencial”, se sienten excluidas de dicha construcción.
Por otro, los “nacionalismos” más consolidados (especialmente en Cataluña y en Euskadi) exigen una historia privativa al margen de la que consideran “historia españolista oficial”, a la que acusan de marginar su pasado o de manipularlo en beneficio de una visión unidireccional de la construcción de España. Y no es el único caso de narrativas irreconciliables: la guerra y la dictadura franquista siguen siendo para algunos una “cruzada” a favor de la “verdadera España”, mientras que para muchos otros fue (verdad ocultada durante décadas) un auténtico genocidio perpetrado contra la España republicana, condenada por la fuerza de las armas al exilio, la prisión o la muerte.
La Historia rigurosamente explicada tiene la ventaja sobre la obra de ficción de evitar una pregunta recurrente después de leer un libro o de ver una película: ¿esto fue verdad? Hay que añadir que buena parte de las obras de ficción “histórica” tienen un alto grado de simplificación (defecto historiográfico) y de ramplonería (defecto literario).
Se defienden las que van más allá de lo que la Historia rigurosa explica, gracias a su penetración poética que permite aprehender hechos que son reales pero que pueden pasar desapercibidos al historiador carente de imaginación para ir más allá de las constataciones más evidentes. Esa verdad metahistórica se encuentra en obras maestras, como Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.