Luis López Carrasco
Director de El año del descubrimiento
Lo político y lo comprometido
Al teclear “cine comprometido” nos encontramos con una categoría cuyo rasgo común parece referir a una cierta agenda de responsabilidad social: la atención a materias políticamente “candentes” o la visibilización de colectivos desfavorecidos. Según esta distinción, un largometraje “industrial” como Maixabel compartiría alineación con documentales militantes como Hotel Explotación: Las Kellys. El cine social se definiría así en relación a un tema específico y un objetivo: promover asuntos públicos que favorezcan un cambio tangible o estimulen un diálogo colectivo.
Para determinada teoría fílmica, sin embargo, todo cine con vocación de transformación política debería proponer también rupturas de índole formal. Firmas como Colin MacCabe o Hito Steyerl defienden que un cine disidente no debe estructurarse con los mismos recursos narrativos que emplea el clasicismo: es decir, aquellas obras que borran las huellas de su propia construcción para producir adhesión emocional e ideológica. En el lado virtuoso se hallarían estrategias del cine moderno que suspenden la “ilusión de transparencia”. El cine político sería, así pensado, un asunto de forma.
No olvidemos que las formas más amables del cine social, por muy bienintencionadas que sean, pueden suponer la vacuna de disidencia que las clases medias necesitamos administrarnos
En cambio, si pensamos en nuestra cinematografía, el documental en la Transición planteó obras fundamentales para una comprensión más matizada de la sociedad española sin desdeñar una “transparente” función divulgativa. Las obras de Bartolomé, Lumbreras o Jordà demuestran que un cine urgente, propuesto casi como un servicio de contrainformación, puede alcanzar relevancia histórica y artística. Aunque quizá estemos encerrando el cine político en una vitrina demasiado estanca. Toda representación es un discurso sobre la realidad de su tiempo y seleccionará unos asuntos u otros y los enmarcará según unas prioridades u otras. Todo cine es político y, siguiendo a Stuart Hall y sus “lecturas negociadas”, el sentido se construye en el acto de lectura, atendiendo a una pluralidad de marcos de recepción que dependen de factores sociales entrelazados. Productos de carácter masivo, como una sitcom o un talent show, pueden decodificarse en términos alternativos, emancipatorios y, por tanto, políticos. Las aperturas sociales de un texto no estarían tan sometidas a la voluntad discursiva de sus autores y autoras, sino a lo que cada comunidad de públicos hiciera con ellas.
La efectividad política de una obra depende de su distribución y las lecturas que promueva dependerán del espacio en el que se emita. Quizá el cine más contestatario y rupturista haya quedado arrinconado por políticas culturales conservadoras y el desinterés interesado de unas televisiones públicas que emiten un cine de consenso, que no es lo mismo que un cine plural.
No olvidemos que las formas más amables del cine social, por muy bienintencionadas que sean, pueden suponer la vacuna de disidencia que las clases medias necesitamos administrarnos en pequeñas dosis para aplacar el malestar que nos producen nuestros propios privilegios.
Carlos F. Heredero
Director Editorial de Caimán Cuadernos de Cine
Cine para hacernos preguntas
“El lenguaje del cine solo se puede conjugar en presente. No se puede filmar ‘ayer bebí’. Solo se puede filmar a una persona bebiendo”, repetía una y otra vez José Luis Borau, director de Furtivos (1975) y de Leo (2000), dos películas que sacaban a la luz la violencia atávica enquistada en lo más profundo de la dictadura y la miseria oculta bajo la alfombra de la engañosa prosperidad económica del cambio de siglo. Cine del presente sobre el presente que hablaba en presente. Esta podría ser una posible definición del cine político y comprometido, a condición de que sus imágenes no se conformen con ofrecer el mero ‘reconocimiento’ gratificante de lo existente, sino que sean capaces de proponer caminos de ‘conocimiento’ susceptibles de modificar, en términos críticos, la conciencia sobre lo real.
La pregunta hoy no debe ser dónde está el cine político y comprometido del presente sino qué formas tiene, cómo se expresa y con qué lenguaje nos habla. Qué nos está diciendo
Por ese camino se adentra, históricamente, lo más vivo del cine comprometido de este país, que no siempre ha sido la producción de la industria establecida que llegaba con esa vitola. Desde los trabajos de Helena Lumbreras y del Colectivo del Cine de Clase, a comienzos de los años setenta, hasta la todavía reciente propuesta de mi compañero de página Luis López Carrasco (El año del descubrimiento, 2020), pasando por el camino que dibujan figuras como Basilio Martín Patino (Canciones para después de una guerra, Queridísimos verdugos), Pere Portabella (Informe general…), Manuel Gutiérrez Aragón (Camada negra, Sonámbulos), Joaquim Jordá (Numax y Numax presenta), Cecilia Bartolomé (Después de…), Paulino Viota (Con uñas y dientes), Juan Antonio Bardem (El puente, 7 días de enero), Felipe Vega (El techo del mundo), José Luis Guerín (En construcción), Jaime Rosales (Tiro en la cabeza), Isaki Lacuesta (Los condenados), Víctor Erice (Vidrios partidos), Jonás Trueba (Quién lo impide), Ramón Lluis Bande (Vaca mugiendo entre ruinas) o Margarita Ledo (Nación), por citar solo unos pocos, a riesgo de la injusticia que supone olvidar aquí a tantos otros títulos valiosos.
Obras que exploran el presente, o el pretérito que reverbera sobre el presente, con un lenguaje del presente y en presente, y quizás por ello –muchas de ellas– situadas en la delicuescente frontera entre el documental y la ficción, dejando que una se impregne de la otra y viceversa: una dialéctica, por cierto, que nunca hasta ahora ha estado tan presente en el cine mundial. Cine político porque sus formas son políticas, porque nos ayudan a pensar sin acomodarnos en el fácil reconocimiento cómplice de lo real, sin guiños para la parroquia, sin lugares comunes que nos confirmen en nuestras convicciones, sino con capacidad para incomodarlas y subvertirlas, para ‘movernos el suelo’, para que pensemos de manera crítica nuestra propia percepción del presente y de la Historia.
Por eso la pregunta hoy quizás no deba ser ¿dónde está el cine político y comprometido del presente…?, sino ¿qué formas tiene, cómo se expresa, con qué lenguaje nos habla y qué nos está diciendo? A estas reflexiones estamos todos invitados: cineastas, historiadores, críticos y espectadores. Todos nosotros.