Imagen | ¿Puede el español quedar en manos de la pugna política?

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¿Puede el español quedar en manos de la pugna política?

¿Puede una lengua casi global como el español quedar en manos de la pugna política? ¿Es posible relegarla en favor de otras más minoritarias, por importantes que sean? César Antonio Molina y y Andrés Neuman ponen acento propio al sentido común

14 diciembre, 2020 10:52

Andrés Neuman
Escritor. Autor de Anatomía sensible (Páginas de Espuma)

El país de Nebrija

Vale la pena recordar aquella rotunda confesión de Antonio de Nebrija, que algo sabía de la gramática que parió: “siempre la lengua fue compañera del imperio”. Si hace medio milenio esa inocencia ya estaba perdida, parece francamente tarde para sobreactuar nuestras purezas. La cuestión no reside por tanto en despolitizar el problema –todo idioma de la polis está atravesado por esas fuerzas–, sino en llegar a acuerdos lingüísticos razonables desde la política misma.

Si, hasta hace siete años, ningún gobierno de ningún signo había considerado necesario declarar vehicular al castellano, parece improbable que retirarle esa efímera condición vaya a suponer una hecatombe. Atendiendo al criterio mantenido desde los tiempos de Nebrija hasta 2013, la decisión del gobierno es en realidad conservadora en términos históricos: regresar al estatus anterior de la hermosa lengua castellana, que es dominante de hecho y ha sabido caminar sin prótesis legales.

Quienes decidieron tornarla repentinamente vehicular, ¿se preocuparon de veras por perfeccionar su enseñanza? ¿Cuidaron a su cuerpo investigador y docente? ¿Mejoraron sus condiciones laborales? Todas las preguntas conducen al
latín, o sea, a Roma. En vista de esto et multo amplius, da la impresión de que, en el país de Nebrija, las opiniones suelen ser estratégicas. Se trata de posicionarse en contra o a favor de un gobierno, de tal o cual líder o del nacionalismo de turno. Llamémoslo sinécdoque: la parte de la lengua por la identidad entera, el español por lo español. O alegoría: los idiomas simbolizando las administraciones.

Si, hasta hace siete años, ningún gobierno de ningún signo había considerado necesario declarar vehicular al castellano, parece improbable que retirarle esa condición vaya a suponer una hecatombe

Defender la lengua implica más inversiones que pasiones, más infraestructuras que calenturas, más recursos humanos y
menos material inflamable. También requeriría devolver la Literatura y la Filosofía al lugar que les corresponde como exponentes de lo que una lengua puede hacer, de lo que una comunidad puede decirse. A veces pienso que España, mi
casa desde hace treinta años, tiene pendiente una terapia traductora para espantar sus fantasmas monolingües. Como filólogo inmigrante, me sigue asombrando que en nuestras escuelas no se enseñen nociones básicas de las demás lenguas cooficiales, cuyas tradiciones poéticas convivieron durante siglos con la lírica castellana.

Hace algún tiempo sostuve en estas páginas que la cotidianidad de nuestro idioma funciona como una comunidad sin centro. Que es patrimonio de una multitud transatlántica, y que nadie tiene derecho a actuar como su dueño. A ningún país latinoamericano se le ocurriría considerarlo parte de su política exterior. Resultaría interesante analizar por qué. Precisamente porque este idioma continúa avanzando en todas partes, porque su uso, repercusión y expresiones artísticas viven un período de esplendor ajeno a los vaivenes administrativos, cabría preguntarse si hay razón para alarmarse por su futuro en tierras cervantinas. Nos hemos habituado a vivir en estado de alarma. Vocablo de origen italiano con recuerdos bélicos: all’arme, a las armas. Cuando se va a la fiesta de la lengua, bajo el disfraz de ángel de la guarda aparece el de soldado.

César Antonio Molina
Ex ministro de Cultura. Autor de Para el tiempo que reste (Vandalia)

Las lenguas son inocentes

Cuando los EE.UU. alcanzaron su independencia, dudaron de mantener el inglés como idioma oficial, algunos se inclinaban por el alemán. Pero pronto se dieron cuenta que el inglés era ya su propia lengua. Cuando los virreinatos españoles lograron su independencia, dudaron de mantener el español como idioma oficial. Había muchas lenguas nativas y también el francés y el inglés intentaban abrirse paso. Pero pronto se dieron cuenta que el español ya era su propia lengua y que, a través de ella, todos se entendían.

Ningún país del mundo que haya sido una colonia, inglesa o francesa, por ejemplo, ha renunciado a estos idiomas porque también le son propios. En Marruecos hablan árabe y francés indistintamente sin ningún conflicto. Evidentemente Cataluña nunca fue una colonia, pues unida a Aragón pasó a constituir lo que hoy es España. Y el catalán y el español han sido sus lenguas durante más de quinientos años. Y la lista de grandes escritores bilingües así lo
confirma. Cuando Irlanda se separó de la Gran Bretaña, jamás se le ocurrió abandonar el inglés por el gaélico. Ambas conviven naturalmente: una lengua antigua y minoritaria junto a la lengua más hablada del mundo. También el inglés para los irlandeses era su lengua. Que se lo pregunten si no a Yeats o a Joyce. Jamás he escuchado a un independentista escocés hablar mal del inglés y ponerle trabas, porque también es su lengua aunque tengan otra propia. Quién es capaz, en su sano juicio, de desprenderse de algo propio que además es una riqueza. Jamás he escuchado a un independentista corso o bretón hablar mal del francés, teniendo también lenguas propias. ¿Renunciarían los primeros a la paternidad de Napoleón? Y así podría seguir. Las lenguas son inocentes, los culpables son los políticos que conducen a los pueblos a la devastación. La lengua de Hegel no era culpable de Hitler, la lengua de Dante no era la culpable de Mussolini, la lengua de Tolstoi no era la culpable de Stalin.

Hagan los esfuerzos que hagan los independentistas el español no desaparecerá, sea vehicular o no, porque la fuerza de la vida va por otros caminos

Los culpables son los políticos que utilizan la educación para engañar a los jóvenes con historias inventadas y con sueños que las más de las veces han conducido a su destrucción y a su analfabetismo. Políticos miserables y totalitarios como Otegui, Rufián, Iglesias y cia. ¡Y perdón por manchar estas páginas de Cultura nombrándolos! La democracia, a través de la Constitución, refrendó nuestra lengua común y consolidó de igual manera y reconoció como cooficiales a las otras tres lenguas también españolas. ¿Qué conflicto hay, si este no fuera inventado, porque cada territorio con lengua propia no sea bilingüe? ¿Acaso no lo eran Rosalía de Castro, Aresti o Pla? ¿Acaso no estaban orgullosos de poder elegir entre ellas? Hagan los esfuerzos que hagan los independentistas –y es una pena porque esa fuerza negativa podría ser transformadora de otras energías más limpias y ecológicas– el español no desaparecerá, sea vehicular o no, porque la fuerza de la vida va por otros caminos. Hannah Arendt, desde su exilio de NuevaYork, decía que su mayor tristeza era no poder hablar el alemán. Las lenguas son inocentes. Los culpables son los políticos que manipulan en su nombre.