Jesús Cimarro
Presidente de la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza
Un plan de choque
Un país no puede vivir sin cultura. No me cansaré de afirmar que es la columna vertebral de nuestras sociedades y que el acceso a ella no es un lujo, sino la clave como fuerza movilizadora en toda Europa. De hecho, en estos tiempos de crisis, eventos como un concierto, una actuación de danza, una obra de teatro o una representación de ópera son más que un entretenimiento. Son muchas las empresas culturales que han abierto ventanas a la difusión online y gratuita de sus contenidos para ayudar a la población a sobrellevar el confinamiento y para que esos espectadores, que hace unos meses llenaban nuestras salas, no se olviden de nosotros.
Sabemos que la salud debe estar por encima de cualquier otra consideración. No obstante, creemos que la interlocución de las autoridades con los sectores afectados es imprescindible para planificar la vuelta a la ‘normalidad’. También en el sector cultural.
"La contratación en las artes escénicas y la música se efectúa en su mayor parte con la administración. Sin su intervención, la diversidad, la calidad y la cantidad serán imposibles."
El cese de nuestras actividades fue la primera medida tomada en prevención de la expansión del virus, y es más que probable que seamos los últimos que recuperemos dicha normalidad. El ‘distanciamiento social’ como una de las principales soluciones en la lucha contra el Covid-19 es uno de los retos más importantes al que deberá enfrentarse el sector tras el control de la pandemia.
Por ello, entre las medidas que planteamos está que se permita la celebración de los festivales de verano y que las temporadas y giras artísticas puedan retomarse en septiembre (o antes, si así lo permiten las autoridades sanitarias). Pero debemos tener en cuenta que volver a la rutina con la limitación de aforos a un tercio de su capacidad es inviable, ya que casi ninguna actividad es sostenible manteniendo la estructura previa y reduciendo sus ingresos a un tercio.
Sabemos que no podremos seguir con nuestra actividad igual que antes, y por ello nos ofrecemos para estudiar posibles protocolos (medidas sanitarias y de higiene), aplicables de forma temporal, que garanticen la seguridad de trabajadores y público, contando con el consenso de las autoridades sanitarias y con la ayuda de la administración.
En España la contratación en las artes escénicas y la música se efectúa en su mayor parte con las administraciones públicas, al igual que sucede en otros sectores. Sin la intervención pública la diversidad, cantidad y calidad de la producción artística y su disfrute generalizado serían imposibles.
Por ello, pedimos un ‘plan de choque’ para el sector empresarial de la cultura, autónomos y artistas, hasta que se recupere el nivel de actividad anterior a la crisis. Ese plan debe contemplar medidas sobre la contratación pública, el régimen laboral, la financiación empresarial, las ayudas públicas, los impuestos e iniciativas de fomento como una gran campaña de comunicación con elementos de incentivo al consumo cultural, que genere confianza en el público y que permita recuperar la actividad económica de este sector tan importante para la sociedad.
Cibrán Sierra
Violinista del Cuarteto Quiroga
Ni más, ni menos
La grave crisis global de salud pública que estamos atravesando es de enorme complejidad. A gran escala, además de poner en riesgo la vida de millares de conciudadanos, está paralizando el planeta de manera inédita y generando interrogantes de profundo calado ético. A pequeña escala, las necesarias acciones para frenar el desarrollo letal del virus están afectando severamente a la población y a sus medios de vida y de sociabilidad. Lo sorprendente es que cuando nuestras autoridades comenzaron a tomar medidas urgentes para paliar los efectos devastadores, todos los sectores productivos fueron objeto de una lógica atención inmediata, menos uno: el cultural. ¿Porqué? Porque el modo en que la cultura es percibida por parte de las administraciones públicas del Estado revela una deficiencia endémica. La cultura es, para nuestros gestores, una cosa abstracta cuyo valor jamás es puesto en duda pero cuya realidad productiva es tratada con desdén. Olvidan que lo que identificamos como cultura no es otra cosa que el resultado de la labor profesional de miles de trabajadores que ponen su industria y creatividad para hacer posible un universo de expresiones sin las cuales —el confinamiento lo está demostrando— no podríamos salir adelante, pues son la esencia misma de quienes somos, nuestra razón de existir como especie.
"Nuestros gobernantes deben asumir el liderazgo que les hemos encomendado o dejarán atrás fatalmente a quienes nutren con imaginación y belleza nuestra capacidad de hacer un mundo mejor."
Ante la movilización progresiva del sector cultural, nuestras instituciones han empezado a mover ficha, aunque de un modo más lento e ineficiente que el de nuestros vecinos europeos. Se han escudado en un “día después” que no existe, han esgrimido perniciosas dicotomías —como la de enfrentar las comprensibles demandas de cerca de un millón de familias a las urgentes y evidentes necesidades sanitarias— y han trasladado a nuestros conciudadanos un concepto sentimental de la cultura, obviando su responsabilidad de actuar con medidas específicas para garantizar la subsistencia de un sector estratégico para la economía, vital para cientos de miles de trabajadores y fundamental para sostener una sociedad digna de ser llamada democrática.
La zozobra del sector cultural responde a que, durante años, gobierno central, autonomías y municipios no han sabido ni querido responder a sus necesidades específicas. Se ha gestionado a golpe de contenedores culturales, herramientas de clientelismo y políticas de ornamento electoral, sin regular estatutariamente la profesión y sin dotar a la sociedad de herramientas públicas pero independientes para que, desde la creatividad individual, la iniciativa privada y la garantía presupuestaria estatal, el tejido cultural y sus diversas industrias sean sostenibles, autónomas y emancipadas. Somos un sector con especificidades obvias, pero ni más ni menos digno que cualquier otro. Nuestros gobernantes deben asumir que el liderazgo que les hemos encomendado democráticamente ha de estar a la altura de sus cargos, del contexto europeo y de las circunstancias, o “dejarán atrás” fatalmente a quienes nutren con imaginación y belleza nuestra capacidad de hacer de éste un mundo mejor y de, ni más ni menos, ser humanos .