En Salvar el fuego, Guillermo Arriaga (México, 1958) pone en contacto dos mundos distantes a más no poder y los funde en una trama anecdótica unitaria. A un lado, la acomodada Marina, coreógrafa y bailarina de sofisticadas ideas artísticas, dueña de un taller de danza, casada con un rico financiero. Al otro, José Cuauhhtémoc Huiztlic, JC, un bárbaro que pena con 50 años de cárcel el haber quemado vivo a su padre y otros asesinatos.
La inquieta Marina participa en un taller literario que financian en la prisión dos exquisitos amigos homosexuales y esta presuntuosa Angélica Liddell mexicana con ínfulas metafísicas logra representar entre rejas un subversivo y sanguinolento espectáculo. La burguesa y el parricida se conocen e inician una relación que se precipita en una historia amorosa desenfrenada entre exaltaciones sentimentales medio místicas y coprofilia sexual enajenante. La historia del arrebato entre una rebelde mujer de clase media y un desclasado resulta impactante en su desarrollo y anécdotas, pero en el fondo no deja de ser una pretenciosa versión con aires de tragedia del clásico motivo de la malmaridada y el canalla.
El meollo argumental se desparrama por varias anécdotas complementarias, mas de inexcusable mención porque responden a la voluntad de Arriaga de hacer un relato abigarrado. Importancia capital tiene la venganza salvaje contra JC de un narco, su íntimo El Máquinas, por haber chingado con su novia. Como historia independiente salteada se cuenta la del intransigente padre de JC. Con tipografía de vieja máquina de escribir se reproduce un amplio muestrario de textos literarios de JC y de otros criminales. Bastantes páginas se gastan en explicar las revulsivas ambiciones escénicas de Marina. Además se añade generoso noticierismo testimonial sobre la horrenda cárcel, de las atrocidades del narcotráfico y de la rampante corrupción política mexicana.
El sugestivo fondo temático y el complejo dispositivo formal de la novela se malogran en una novela folletinesca, en gran parte increíble, y de desmesurada extensión
Arriaga aborda semejante abundancia de contenidos con un complejo dispositivo formal y estilístico. Varias voces narrativas desgranan la historia. Las peripecias se disgregan en secuencias que se alternan con la pegadiza historia familiar de JC y con los escritos de los presos. Varias veces los incidentes toman derroteros imprevisibles. Un hilo de intriga permanece hasta el final. En la prosa, se encuentra un auténtico despliegue de registros. Hay la confesionalidad directa y sencilla de la primera persona. En el polo opuesto, la recreación de la lengua conversacional popular injertada con mexicanismos y con léxico y giros del inglés norteamericano.
Resulta patente el esforzado trabajo de Arriaga para construir un relato sin concesiones a la fácil y cómoda literatura de consumo. Pero el enorme despliegue de medios y la infrecuente potencia formal no rinden los mejores frutos. Abusa de los tópicos: lugares comunes sobre la inefabilidad del arte y la escritura, sobre la transgresión creativa y el malditismo. Comete ingenuidades: Goldman Sachs le ofrece trabajo al marido de Marina, JC escribe un poema vanguardista, un escritor enfadado le rompe los dientes a un crítico severo y la unión de palabras mediante guiones es desfasado experimentalismo. En fin, todo el libro está lastrado por absurdos e inverosimilitudes: en las anécdotas y en el inexplicado proceso psicológico de la mujer.
Los descuidos y excesos dan al traste con un fondo temático en verdad sugestivo: mostrar los efectos arrasadores a que conduce el bucle de la pasión desatada y la venganza. Así, Marina y JC encarnan una apasionante aventura vital: forjarse un destino propio tomando las riendas de la vida con rotunda determinación, a partir de impulsos íntimos y sin concesiones. El magnífico asunto se malogra en una novela folletinesca, en gran parte increíble, y de desmesurada extensión.