La política como teatro
Dos campañas electorales, debates incluidos, han puesto en evidencia el carácter histriónico de nuestros políticos. Los actores Israel Elejalde y María Hervás analizan este fenómeno en auge
24 mayo, 2019 20:40María Hervás
Actriz
Una búsqueda socrática de la verdad
Como casi todo lo que estructura nuestra sociedad, el origen de nuestro sistema actual nació en Grecia. Allí, para acabar con las tiranías, nobleza y pueblo se aliaron: querían un sistema que permitiese libertad de expresión e igualdad ante la ley. La política comprometía entonces a cada uno de los habitantes de la polis: “Ser hombre” significaba “ser ciudadano” y, por tanto, “ser político”.Ni se podía ni se deseaba escapar a esta categoría. No era la fantochada de hoy. Participaban de un sistema que diferenciaba al pueblo griego de los bárbaros. No es casual que surgiera entonces el teatro. Los actores representaban los conflictos que atañían a su sociedad, y, en comunidad, el pueblo reflexionaba. No sólo a través de la razón sino de la emoción. El teatro era capaz de “conducir almas” y, como la política, era una poderosa herramienta de persuasión. Y esta homología conduce a lo que para Sócrates era la más noble de las empresas: la búsqueda de la verdad. Frente a la seducción de los sofistas, él no consideraba que, para hallarla, hiciesen falta intenciones encubiertas. Una dicotomía similar se cernía sobre los cómicos en el proskenion: ¿se basaba su arte en la representación auténtica de las emociones o en el fingimiento canalla de las mismas?
Apoyados en la atemporalidad del dilema entre discurso, verdad y praxis política, llega un presente en el que la mediatización y la tecnología obligan a los líderes a adaptar su discurso. Cualquier político moldea su sermón según el efectismo que exige lo audiovisual; y las redes sociales generan eslóganes de no más de 280 caracteres, donde difícilmente hay mensajes macerados con sensatez. La era de la seducción rápida secuestra el lenguaje como herramienta de control de masas. Poco queda ya de lo que los griegos antiguos llamaban “acto parresiástico”, asegurar la preservación de uno mismo y del otro: cuidarnos y cuidar a través de un compromiso con la verdad.
«De Reagan a Toni Cantó el mundo actoral ha entrado en política. Los actores han de ejercer el derecho a la libertad sobre el que se construyó nuestra democracia y su compromiso con la misma»
La corrupción del contrato social del neoliberalismo promete seguridad a cambio de despolitización. Asistimos al “entierro de las voluntades”, al entierro de la humanidad. Y cuando no queda humano, reflotan imágenes inertes fingiendo actitudes vitales, “personas-marca” que asocian los píxeles de sus rostros a productos que necesitan ser vendidos. Un fetichismo comercial de la cultura que erige líderes según los potenciales compradores. Es la causalidad followers-poder. Aquí, por la atención que dan los medios a los actores, podemos tener un papel relevante. De Reagan a Toni Cantó, el mundo actoral ha entrado en política. Aunque hay quienes defienden que ambos mundos no han de mezclarse, recuerdo que “ser hombre” era “ser hombre político”. Así, los actores han de ejercer el derecho a la libertad sobre el que se construyó nuestra democracia y su compromiso con la misma. Lejos de obcecarnos en insípidos debates sobre si los actores deben incurrir en política, ¿no debiera el humano retomar el acto parresiástico para que su compromiso con la verdad le permitiera cuidarse y cuidar del otro? Yo, cada día, encuentro más placer en actuar, en no elegir palabras, en poner en mi boca y en mi carne las palabras de algún otro.
Israel Elejalde
Actor y director de teatro
Malos actores
El presidente de Ucrania es Volodymyr Zelenski. Un nombre que aquí no nos dice nada pero muy conocido, obviamente, en Ucrania. Ahora bien, las razones por las que es conocido por los ucranianos no tienen, en su origen, nada que ver con la política. Zelenski es actor. Es un actor famoso, entre otras cosas, por una serie donde hace de un profesor que llega a ser presidente. La ficción adelantándose a la realidad. De profesor, eso sí, tiene poco. Maneja muy bien, como no podría ser de otra forma, los gestos, los impactos… La política como un show. Un espectáculo que busca el entretenimiento, el resultado inmediato, el sentimentalismo. Mensajes claros, cortos, directos. El fin de la ciencia política gracias a fomentar lo peor del arte de la interpretación, lo peor del teatro, del cine, de las artes en general. El arte como propaganda. Convertir el discurso político en una especie de obra de teatro dogmática, una mala obra de teatro, en donde están claros los héroes y los villanos. Todo vale porque nada tiene que ver necesariamente con la realidad sino con aquello que nos interesa que sea la realidad. “Yo creeré aquello que me interese. Ahórrame lo demás”, parece decir el público consumidor de este producto tóxico. “Yo pronunciaré las palabras que quieres oír. No te preocupes”, parece decir este arquetipo de político presidenciable. Digo arquetipo porque este modelo está por todas partes. Los políticos cada vez más se parecen a actores que representan papeles. En nuestra campaña a algunos cuesta distinguirlos si no te fijas bien o si no estás atento a la estética de los colores.
Los políticos estudian sus movimientos, cuidan su vestuario, estudian oratoria, analizan la gestualidad de las manos, las inflexiones del discurso, los puntos flacos del oponente, cómo colocar los mensajes, etc. Esto no es de ahora. Napoleón departía durante largas horas con Talma sobre teatro y oratoria. Se cuenta que Hitler ensayaba con un actor sus discursos. Kennedy tenía relación estrecha con los actores y actrices de su época y podría haber pasado por estrella de Hollywood. Y Reagan en los ochenta accedió a la presidencia de los EEUU poniendo las mismas caras de actor secundario (malo) que ponía en las películas.
«Los políticos cada vez más se parecen a actores que representan papeles. En nuestra campaña a algunos cuesta distinguirlos si no te fijas bien o si no estás atento a la estética de los colores»
Se vende un producto, una imagen. Ya no hay ideas. No importa la ideología. Y si no hay ideología no hay relación con la verdad. Al menos el intento. Debería ser importante intentar acercarse a la verdad. Intentar desarrollar una ética en la política. Pero la política se ha convertido en un deseo de maximizar tu público. Ya no se habla de ideas. Solo de sentimientos. La política como una religión. La política como un melodrama. El político como un guía, como un gurú, como un héroe que te representa no tanto por sus ideas como por sus creencias. El político que no quiere llegar a tu intelecto sino a tu corazón. Como un actor. Como un mal actor. Shakespeare en Ricardo III dice: “Desde que cualquier estúpido puede ser noble, todos los nobles se han vuelto estúpidos”. Podríamos decir ahora: “Desde que cualquier estúpido puede ser presidente, todos los presidentes se han vuelto estúpidos”.