En estas páginas consignamos y comentamos muchos de los acontecimientos políticos, económicos, tecnológicos y sociales del último cuarto de siglo. También los cambios y mutaciones que, por causas diversas, se han experimentado en el proceso de creación, distribución y experiencia de los bienes culturales. Y existe una relación entre los primeros y los segundos.
De este doble contexto pueden derivarse –y se han colado en este número especial– motivos para el pesimismo y, no digamos, la incertidumbre ante el futuro, especialmente por la concurrencia hoy mismo de algunos agentes muy negativos y de efectos difíciles de calibrar.
Es muy probable que si, en cualquier momento del pasado, del turbulento siglo XX en concreto, se hubiera hecho idéntico repaso de los veinticinco años anteriores, se habrían encontrado bastantes razones para la desesperanza: fue una centuria que, entre otras calamidades, conoció dos guerras mundiales, profundas crisis económicas y un sinfín de dictaduras de todo signo.
Cuantas veces nos hemos sentido conmovidos, fascinados, con las creaciones de los artistas que son nuestros contemporáneos
Sin embargo, la historia cultural del siglo anterior –y de cualquiera de sus cuartas partes– está repleta de grandes creadores y de grandes creaciones, en ocasiones subsiguientes y provocadas por esas mismas calamidades, que nos siguen nutriendo. Pensemos, por ejemplo, en el cine expresionista alemán, la novela social americana, el existencialismo o el teatro del absurdo.
Al referir y convocar en este número especial a decenas y decenas de figuras y obras de todas las artes, españolas e internacionales, ¿acaso no hemos sentido que, pese a cualesquiera circunstancias desfavorables, el torrente del talento no se ha detenido ni se ha secado en los últimos veinticinco años? Por supuesto, y eso que, como es lógico, no hemos podido abarcar todas las relevantes, aunque sí, creo, recoger el aire y el aroma sustancial de este tiempo.
Y no es preciso recurrir a ningún listado ni balance, basta recordar cuantas y cuantas veces nos hemos sentido conmovidos, instruidos, fascinados y concernidos con las creaciones de los artistas e intelectuales que son nuestros contemporáneos, pertenecientes, como en todo corte que se haga en todo presente, a tres generaciones.
Esa concurrencia de tres generaciones en activo siempre garantiza, en el terreno cultural, un anclaje orientador en lo mejor del pasado y un arrastre incitante hacia las nuevas –y no tan nuevas– manifestaciones e ideas que traerá el futuro, tensión de la que, a la larga, salen los mejores resultados.
Escogemos y valoramos hacemos con total libertad, atentos al criterio del valor y sin mirar la matrícula ideológica de los creadores
Esa tensión positiva y estimulante, que se refleja en este centenar largo de páginas, es la que cada semana se aprecia en El Cultural y cada día –cada minuto– en nuestra web. Puede imaginar el lector lo apasionante de escoger y valorar adecuadamente, mediante informaciones, reportajes, entrevistas y críticas, lo que creemos mejor entre la enorme, desordenada, desigual, variopinta y amenazante avalancha de novedades.
Y también la gran exigencia y responsabilidad que supone para cuantos hacemos la única revista impresa sobre todos los campos culturales que comparece de forma independiente cada semana en los quioscos. Y lo hacemos con total libertad, atentos al criterio del valor y sin mirar la matrícula ideológica de los creadores.
Esa tarea, que nos ocupa y nos preocupa, que nos divierte y nos excita, no nos deja ni espacio ni tiempo para el pesimismo –un lujo que no queremos ni podemos permitirnos–, pues pese a todo lo que ha sucedido y sucederá, siempre encontramos las obras, los creadores y los lectores como usted que están en la amplia minoría resistente que no ceja en su aspiración a la calidad.
El tiempo, nuestro complementario, pasará y hará el trabajo que siempre ha hecho: testar, filtrar y seleccionar como pauta a seguir (y a rebatir también) lo mucho que hay de bueno en esta época. El tiempo generará memoria y una nueva, y hoy imprevisible, forma de clasicismo.