Salvador Dalí
Salvador Dalí, por Ulises
El escritor Francisco Umbral realiza un perfil personal del artista de Cadaqués a través de su relación con movimientos como el surrealismo, con lugares como la Residencia de Estudiantes o con artistas como Alberti, Lorca o Buñuel.
Cuando le visité en el Palace de Madrid me recibió paseando un tigre hermoso y aburrido por la gran rotonda. Sólo el tigre superaba en majestad y originalidad al artista. Salvador Dalí ha padecido muchos años, en vida y obra, el maltrato de la izquierda española y la progresía, que creían haber encontrado en Dalí un falso surrealista de derechas.
La revista Índice lanzó contra él un número entero haciendo crítica artística y política. Lo único que omitieron y que se les olvidó es que Dalí estaba haciendo ironía con las palabras y las cosas y la ironía exige siempre un respeto y un distanciamiento sin los cuales no se entiende nada. Pero, a fin de cuentas, la revista Índice se hacía con dinero de los Sindicatos Verticales franquistas, dinero que luego repercutía dolorosamente en la economía de los productores españoles, como se llamaba a los obreros para humillarles un poco más.
Ahora se está recuperando a Salvador Dalí por parte de la Residencia de Estudiantes y otras instituciones briosamente republicanas. Dalí, Buñuel y Alberti eran los tres izquierdistas de la casa. Dalí, rencoroso contra su padre, que no en vano era notario, hizo la burla de muchas cosas, pero cada día dibujaba mejor y hoy ha llegado a Leonardo pasando por Zurbarán.
En la Residencia era un artista joven, vestido efectivamente de artista, que los sábados por la noche salía de putas con Buñuel. Alberti se quedaba en casa porque no tenía dinero y García Lorca se quedaba en su cuarto con la Luna porque sus sentimientos iban por otros caminos.
Se ha estudiado algo, pero nunca se estudiará lo suficiente, la estancia silenciosa de Dalí en la Residencia. Lorca se enamoró de él, de su belleza aceitunada, pero Dalí le dijo que aquello, además de no gustarle, le dolía mucho. Lo mejor y más grandioso que uno ha visto del surrealismo es una exposición de Dalí en el Museo de Artes Decorativas de París, un Museo que estaba al lado, paredaño de mi hotel de argelinos.
Cuando Dalí llegó a París y a los cafés surrealistas, Breton vio en seguida en él al gran vivificador de la escuela, con su teoría de la "paranoia crítica", según la cual los paranoicos hacen una lectura inversa de la realidad, que es la buena y la que debe aprovechar el surrealismo. Más tarde, Dalí sería arrojado de la cripta surrealista porque una noche se presentó con un esmoquin blanco lleno de vasos de leche sostenidos en anillas.
"Con esa leche podría darse de comer a los niños hambrientos del mundo", dijo Louis Aragon. Ante el arranque caritativo decidió marcharse. No entendía el surrealismo como un centro parroquial de caridad.
Dalí abandonó la escuela, pero nunca abandonaría el surrealismo, ya que se trata de un pintor literario en quien la imaginación tiene tanta o más fuerza que la pintura, y esto es característica general del surrealismo, escuela esencialmente poética, como nacida de la mente lírica de André Breton.
Como lápida de su expulsión del grupo Breton le bautiza Avida Dollars, según su obsesión catalana por el dinero. Pero Dalí quería ser rico para burlarse mejor de los ricos y para pintar más a gusto, trabajando en su estilo particular de surrealismo, que se caracteriza por una utilización irónica de cierta materia a lo Salzillo que luego descomponía en construcciones geométricas muy sabias, como su "Madonna de Port Lligat" y otras obras maestras, entre ellas el Cristo visto en picado y que no es sino un joven efebo que está profanando la imagen convencional de Cristo.
Pero estos convencionalismos nunca supo verlos la izquierda estética. Hasta que un día, exponiendo en la Quinta Avenida de Nueva York, penetró en el escaparate, plagado de admiradores, para destruir desde dentro aquel montaje que no le gustaba, incluida la luna del escaparate. ¿Locura egotista, efecto publicitario o exceso de drogas? Gala se ocupaba de recoger los cheques millonarios que cobraba Dalí por asistir a una cena en Nueva York.