El despiadado mundo de Agota Kristof
Adelantamos un par de los 25 relatos que componen 'Da igual', el volumen más pesadillesco y perturbador de la escritora húngara, que Alpha Decay publica la próxima semana
24 marzo, 2021 17:15La muerte de un obrero
Inacabada quedó la sílaba, sin significado, colgada entre la ventana y el jarrón.
Inacabado el gesto de tus dedos debilitados dibujando la mitad de una N mayúscula en las sábanas.
—¡No!
Te creías que bastaba con mantener los ojos abiertos para que la muerte no pudiese alcanzarte. Los has abierto de par en par hasta el límite de tus fuerzas, pero ha llegado la noche, te ha cogido entre sus brazos.
Ayer aún pensabas en tu coche, que no acabaste de lavar aquel sábado ya tan lejano en que notaste aquella dolorosa punzada en el estómago por primera vez.
—Cáncer —dijo el médico, y la pulcritud de tu cama de hospital te horrorizó.
Incluso tus manos se volvieron blancas con el paso de los días, las semanas, los meses. Ya no se te rompían las uñas, una vez desaparecido su aceite inevitable, y te crecieron largas y rosadas como las de un funcionario.
Por la noche llorabas en silencio, sin hipidos, sin sacudidas, solo lágrimas que resbalaban suavemente por la almohada, sin ruido, en la sala común donde la luz verde de las lamparillas te cavaba fosas en las mejillas y bajo los ojos de tus vecinos enfermos.
No, no estabas solo.
Erais seis o siete muriéndoos un día tras otro.
Como en la fábrica. Tampoco estabas solo, erais veinte o cincuenta haciendo el mismo gesto un día tras otro.
Tu fábrica no fabricaba relojes solamente, también fabricaba cadáveres.
Y en el hospital, como en la fábrica, no teníais nada que hablar entre vosotros.
Tú pensabas que estaban dormidos, o que ya se habían muerto.
Los otros pensaban que tú estabas dormido o que ya te habías muerto.
Nadie hablaba, tú tampoco.
Tú ya no querías hablar, tú lo único que querías era acordarte de algo, pero no sabías de qué.
No había nada de qué acordarse.
La fábrica te quitó los recuerdos, la juventud, la fuerza, la vida. Solo te dejó el cansancio, el cansancio mortal de cuarenta años de trabajo.
El escritor
Lo dejé todo para escribir la obra de mi vida.
Soy un gran escritor. Nadie lo sabe aún, porque todavía no he escrito nada. Pero cuando escriba mi libro, mi novela…
Por eso dejé mi empleo de funcionario y dejé… ¿qué más dejé? Nada más. Porque amigos no he tenido nunca, y amigas todavía menos. Sin embargo, dejé el mundo para escribir mi gran novela.
Lo malo es que no sé cuál será el tema de la novela. Se ha escrito ya tanto de todo…
Lo intuyo, noto que soy un gran escritor, pero ningún tema me parece lo suficientemente bueno, lo suficientemente grande, lo suficientemente interesante para mi talento.
Así que espero. Y mientras espero, evidentemente, sufro mi soledad, y también hambre, a veces, pero por medio de ese sufrimiento espero alcanzar un estado de alma que me lleve a descubrir un tema digno de mi talento.
Por desgracia, el tema tarda en manifestarse, y mi soledad es cada vez más sofocante y pesada, el silencio me rodea, el vacío se instala por todas partes, aunque mi casa no sea muy grande. Pero esas tres cosas horribles —la soledad, el silencio y el vacío— me hunden el tejado, lo hacen estallar hasta las estrellas, se extienden por el infinito y ya no sé si esto es lluvia o nieve, si es el foehn o el monzón.
Y grito:
—¡Escribiré todo lo escribible!
Y una voz me responde, irónica, pero voz, a fin de cuentas: —Vale, chaval. Todo, pero nada más, ¿eh?
Traducción de Rubén Martín Giráldez