Louise-Glück

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Poesía

La noche virtuosa de Louise Glück

Visor lanza en castellano 'Noche fiel y virtuosa', poemario inédito de la Premio Nobel hasta hoy, en versión de Andrés Catalán. Aquí puedes leer algunos versos

12 abril, 2021 09:17

La espada en la piedra

Mi psicólogo levantó un momento la vista.
Como es lógico yo no alcanzaba a verlo
pero había aprendido, a lo largo de los años,
a intuir estos movimientos. Como de costumbre,
se negó a reconocer
si yo tenía o no razón. Mi ingenuidad contra
sus evasivas: nuestro jueguecito.

En tales momentos, sentía que el psicoanálisis
surtía efecto: parecía sacar de mí
una traviesa vivacidad que tendía
a reprimir. La indiferencia
de mi psicólogo ante mis actuaciones
resultaba entonces sumamente relajante. Entre nosotros

había crecido una intimidad
parecida a un bosque alrededor de un castillo.

Las persianas estaban bajadas. Rayas
vacilantes de luz avanzaban por la moqueta.
A través de una pequeña franja sobre el alféizar,
veía el mundo exterior.

Todo este tiempo había tenido la vertiginosa sensación
de estar flotando sobre mi propia vida. Muy lejos
esa vida había sucedido. ¿Pero seguía
sucediendo? Esa era la cuestión.

Finales de verano: la luz era cada vez más débil.
Jirones desprendidos bailaban sobre las macetas.

Era el séptimo año de psicoanálisis.
Había empezado a retomar el dibujo…
pequeños bocetos modestos, esporádicas
creaciones en tres dimensiones
inspiradas en objetos funcionales…

Y sin embargo, el psicoanálisis exigía
gran parte de mi tiempo. A qué
le robaba este tiempo: esa
también era la cuestión.

Me quedaba tumbado, mirando la ventana,
durante largos intervalos de silencio que se alternaban
con reflexiones un tanto apáticas
y preguntas retóricas…

Mi psicoanalista, me pareció, me observaba.
Así, me imagino, mira una madre a su hijo dormido,
con un perdón que precede a la comprensión.

O, más probablemente, así debió de mirarme mi hermano…
quizás el silencio entre nosotros prefiguraba
este silencio, en el que todo lo que se queda sin decir
se comparte de algún modo. Parecía un misterio.

Luego la hora de la sesión terminó.

Descendí igual que había ascendido;
el portero abrió la puerta.

El día seguía siendo un día agradable.
Sobre las tiendas habían desplegado toldos de rayas
para proteger la fruta.

Restaurantes, tiendas, quioscos
con los últimos periódicos y cigarrillos.
Los interiores brillaban cada vez más
a medida que el exterior se oscurecía.

¿Quizás los fármacos habían hecho efecto?
En algún momento las farolas se encendieron.

Tuve, de repente, una sensación de cámaras que giraban;
era consciente de los movimientos a mi alrededor, mis prójimos
impulsados por una obsesión irracional por la acción…

Hasta qué punto me resistía a esto!
Me parecía superficial y falso, o quizás
parcial y falso…
Mientras que la verdad… Bueno, la verdad como yo la veía
se expresaba en la quietud.

Caminé un rato, parándome a contemplar los escaparates de las galerías:
mis amigos se habían hecho famosos.

Distinguía el ruido del río a lo lejos,
del que procedía el olor del olvido mezclado
con las macetas de plantas aromáticas de los restaurantes…

Había quedado para cenar con un viejo conocido.
Allí estaba en nuestra mesa de siempre;
el vino estaba servido; enzarzado con el camarero,
comentaba el cordero.

Como de costumbre, se desató una pequeña discusión en la cena, supuestamente
en relación con la estética. Lo dejamos pasar.

Fuera, el puente brillaba.
Los coches corrían de un lado a otro, el río
brillaba a su vez, imitando al puente. La naturaleza
reflejaba el arte: algo en este sentido.
Mi amigo juzgó que la imagen era potente.

Era escritor. Sus muchas novelas, por aquel entonces,
recibían muchos elogios. Eran muy parecidas entre sí.
Y sin embargo su autocomplacencia escondía sufrimiento
como quizás mi sufrimiento escondía autocomplacencia.
Nos conocíamos desde hacía varios años.

Una vez más, lo había acusado de pereza.
Una vez más, me atacó con la misma palabra…

Alzó su vaso y lo puso del revés.
Esta es tu pureza, dijo,
este es tu perfeccionismo…
El vaso estaba vacío; no dejó ninguna marca en el mantel.

El vino se me había subido a la cabeza.
Caminé despacio de vuelta a casa, pensativo, algo borracho.
¿El vino se me había subido a la cabeza, o se trataba
de la noche misma, la dulzura del final del verano?

Son los críticos, dijo,
los críticos los que tienen ideas. Nosotros los artistas
(me incluía)… nosotros los artistas
somos solo niños que juegan con sus cosas.

Visitantes de fuera

I

Algún tiempo después de haber entrado
en esa época de la vida
que la gente prefiere mencionar en los demás
pero no en ellos mismos, en mitad de la noche
sonó el teléfono. Sonó y sonó
como si el mundo me necesitara,
aunque en realidad fuera a la inversa.

Me quedé en la cama, tratando de analizar
el sonido. Tenía algo
de la persistencia de mi madre y de la turbación
dolida de mi padre.

Cuando descolgué, no había nadie al otro lado.
¿O es que el teléfono funcionaba y al otro lado había un muerto?
¿O es que no era el teléfono, sino quizás la puerta?

II

Mi madre y mi padre estaban a la intemperie
en los escalones de la entrada. Mi madre se quedó mirándome,
una hija, una compañera.
Nunca piensas en nosotros, dijo.

Leemos tus libros cuando llegan al cielo.
Apenas una mención a nosotros, apenas una mención a tu hermana.
Y señalaron a mi hermana muerta, una completa extraña,
bien envuelta en los brazos de mi madre.

Si no fuera por nosotros, no existirías.
Y en cuanto a tu hermana… tienes el alma de tu hermana.
Tras lo cual desaparecieron, como misioneros mormones.

III

La calle volvía a estar blanca,
la intensa nevada cubría los arbustos
y los árboles resplandecían, revestidos de hielo.

Me quedé echada en la oscuridad, esperando a que la noche terminara.
Parecía la noche más larga que hubiera vivido,
más larga que la noche en que nací.

Escribo sobre vosotros todo el tiempo, dije en voz alta.
Todas las veces que digo “yo”, me refiero a vosotros.

IV

Fuera la calle estaba en silencio.
El auricular estaba tirado entre las sábanas revueltas;
su palpitación impertinente había cesado hacía horas.

Lo dejé como estaba,
el largo cable enredado entre los muebles.

Me quedé mirando cómo caía la nieve,
no tanto oscureciendo las cosas
como haciéndolas parecer más grandes de lo que eran.

¿Quién llamaría en medio de la noche?
Los problemas llaman, la desesperación.
La alegría duerme como un bebé.