Joan Margarit: inédito y personal
Un recorrido por los versos del poeta, que no ha podido recibir el Premio Cervantes y nos regala el inédito inédito 'Amanece'
23 abril, 2020 06:48Amanece
Surge la luz de invierno detrás del horizonte.
Negras ramas del chopo. El sol frío y rosado
ha iluminado el muro de piedra de la casa
con su verdad lejana. Una hora
peligrosa, inocente: debió serlo también
para los que en las cuevas encendían sus fuegos
entre el olor a humo y excrementos,
bestias descuartizadas,
y para los primeros que escucharon
algún hexámetro de la Odisea.
Esta hora me impone como antaño,
cuando aprendía a construirlo todo.
Soy ya un viejo que olvido.
El olvido es ahora mi última herramienta.
Y el respeto a esas cosas como el amanecer.
Inédito, 2020
De senectute
El amor de los jóvenes no piensa en el olvido.
Manda el futuro, aunque sólo brille,
al fondo del cerebro como un charco.
El dolor pone orden, suena como un aviso:
es la bocina del remolcador
que nos arrastra hasta salir del puerto.
Se pagan caros los intentos
de destruir el dolor, porque
también está el amor ahí.
La inteligencia es salvarlo todo.
Que nuestros ojos vigilantes
luzcan con esa espléndida
inutilidad. Nunca, sin el dolor,
podríamos haber amado así.
(De Un asombroso invierno, 2017)
Ser viejo
Entre las sombras de los gallos
y los perros de patios y corrales
de Sanaüja, se abre un agujero
que se llena con tiempo perdido y lluvia sucia
cuando los niños van hacia la muerte.
Ser viejo es una especie de posguerra.
Sentados a la mesa en la cocina,
limpiando las lentejas
en los anocheceres de brasero,
veo a los que me amaron.
Tan pobres que al final de aquella guerra
tuvieron que vender el miserable
viñedo y aquel frío caserón.
Ser viejo es que la guerra ha terminado.
Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles.
(De Casa de misericordia, 2007)
Autorretrato con mar
Aquel niño callado. Juega solo.
Permanece detrás de estos ojos de viejo,
resiste la embestida brutal del mediodía
oyendo los confusos versículos del mar
y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados
al entrar en las aguas transparentes y frías
de la playa de piedras. Avergonzado, corre
de un escondite a otro de los cuentos.
Duerme dentro de mí, desvalida criatura:
duerme dentro de mí, una Noche de Reyes
donde en silencio vuelan las escobas
y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.
Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,
y el mar azul oscuro de ciruelas
se deshace en los negros cuchillos de las rocas.
El verano de alcohol frío en los ojos
me hace sentir mi vida como la pulpa oscura
y dorada de un fruto que se pudre
alrededor del hueso del recuerdo.
Dentro de mí ocúltate, desvalida criatura.
Dentro de mí protégete de la cruel claridad.
Recita la leyenda que habla del niño gris
y de la miserable bicicleta
montada por el triste ciclista del suburbio.
Te busca y está cerca. Pedalea hacia aquí.
(De Cálculo de estructuras, 2005)
Un pobre instante
La muerte no es más que esto: el dormitorio,
la luminosa tarde en la ventana,
y este radiocasete en la mesita
tan apagado como tu corazón
con todas tus canciones cantadas para siempre.
Tu último suspiro sigue dentro de mí
todavía en suspenso: no dejo que termine.
¿Sabes cuál es, Joana, el próximo concierto?
¿Oyes como en el patio de la escuela
están jugando los niños?
¿Sabes, al acabar la tarde,
cómo será esta noche,
noche de primavera? Vendrá gente.
La casa encenderá todas sus luces.
(De Joana, 2002)
No tires las cartas de amor
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
–esta flecha de sombra–
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
(De Aguafuertes, 1995)
Mujer de primavera
Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.
Triste quien no ha perdido
por amor una casa.
Triste el que muere
con un aura de respeto y prestigio.
Me importa lo que sucede en la noche
estrellada de un verso.
(De Edad roja, 1991)
Buena suerte
Suerte tenga quien ame este silencio
de la palabra escrita y a una amiga
con unos ojos de color madera
para envejecer juntos.
Sólo un vago temor por esta hija
que no saldrá jamás de su niñez,
tesoro y ruina
de aquel mármol de vuestra juventud.
El humo de la pira está en tus ojos:
Suerte tenga quien ame este silencio
de la palabra escrita y a una amiga
con unos ojos de color madera
para envejecer juntos.
(De Restos de aquel naufragio, 1975-1986)